Guardando las distancias: Cuando 'Becket' se rebeló contra la enfermedad

Atacar a la cultura es hacerlo al bienestar de los que habitamos en la sociedad

‘Becket’, película de  de Peter Glenville.

‘Becket’, película de de Peter Glenville. / EL PERIÓDICO

Daniel Monserrat

Daniel Monserrat

ZARAGOZA

El ritual no es que estuviera escrito en ningún lado ni que fuera una ley o ni siquiera un pacto entre él y nosotros, pero no se diferenciaba mucho a lo largo de los días. Sí variaba el artista, unos días era Vivaldi, otros Mozart, Schubert o incluso Tchaikovsky. La música resonaba en la televisión con fuerza y, de repente, casa volvía a ser casa. Había calma, paz y él volvía ser él mismo, ese que nos había robado el maldito enemigo. Había días en los que incluso pedía «música moderna». Y entonces se buscaba a artistas que le gustaban como Elvis Presley, Frank Sinatra (con su 'My way') o, en un alarde de apropiación indebida de nuestras atribuciones, le colábamos algún reguetón. No solía quejarse, en realidad, nunca lo hacía en nada.

No hace mucho tiempo era capaz de decirnos no solo qué película quería ver sino de qué iban y hasta los protagonistas. Recuerdo cómo el despacho que tenía con estanterías llenas de películas impresionaba mucho a las visitas que teníamos en casa. Él se las había visto todas. Y varias veces. Y aun así seguía disfrutando cuando le ponías una de ellas, aunque a él ya le costara mantener la atención.

Ya no podía leer, pero tenía una biblioteca con bastante buen gusto. El último libro que se compró (que yo sepa), cuando todavía mantenía activas bastantes de sus aptitudes, era uno en el que se analizaba la película 'Viridiana', de su admirado Buñuel, y su éxito en aquel Festival de Cannes donde se hizo con la Palma de Oro. Solo duró unos días en casa porque, desgraciadamente, la letra era tan pequeña que ya no era capaz de leerlo así que, no sin mucho pesar, decidió devolverlo.

La cultura, ese gran alivio

Él no se consideraba un hombre culto, pero lo era. A su manera, eso sí, como siempre caminó por la vida. Y la cultura le alivió mucha parte del camino y, sobre todo, le acompañó y le dio gran tranquilidad (nada baladí) en sus últimos años de vida y, además, le hizo sonreír de una manera abierta y sincera. Como cuando pudo acudir, a pesar de su ya escasa movilidad, a varios conciertos en la sala Mozart del Auditorio de Zaragoza. Él vivía momentos felices y tranquilos con la música.

Cuando se ataca a la cultura, así a grandes rasgos con argumentos del tipo de «para que se lo gasten en cultura, que lo empleen en otra cosa más útil», hay que ser consciente de que lo que se hace es atentar contra el bienestar de las personas que habitamos en el mundo y contra la sociedad en general. Nadie convive alejado de las expresiones culturales, sea consciente o no, y nadie sale indemne de un hecho o acontecimiento cultural. Nuestra forma de estar en el mundo e incluso nuestro carácter está condicionado por nuestra relación con la cultura y la manera que tenemos de abrir nuestra mente a lo que recibimos.

¿La película de su vida?

El pasado fin de semana, menos de 48 horas antes de su fallecimiento, tuvo un gran momento de lucidez (el último) y le pidió a mi hermano que quería ver una «película de Enrique de Inglaterra», concretamente una en la que salían «Peter O’Toole y Richard Burton», 'Becket', que recibió multitud de premios internacionales. Deseo concedido. Me gusta pensar que quizá se fue recordando que había podido ver (otra vez) una de sus películas favoritas.

Mi padre tuvo una vida más sencilla en sus últimos años gracias a la cultura. Y a las instituciones y la sociedad les corresponde poder cuidarla para que todos seamos mejores y vivamos de una manera más plácida. Para ello, solo hay un camino, el desarrollo de los derechos culturales (ya saben, creerse eso del libre acceso y disfrute de la cultura para todos sin descuidar la creación) y una apuesta clara y decidida por nuestros creadores. ¿Lo veremos? Para mí (aunque, obviamente, no tendría nada que ver) sería un gran homenaje a él. 

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