AUSTRIAS
La discreta vida de Vargas Llosa en su refugio de Madrid
Sus vecinos de la residencia madrileña aseguran que apenas tenían trato con el premio Nobel, aunque dejan alguna anécdota

Imagen de la calle del edificio de la calle Flora donde residió Mario Vargas Llosa. / Alba Vigaray
El ruido de las maletas rodando sobre el asfalto es lo único que se escucha en la calle Flora de Madrid. Del portal donde el escritor Mario Vargas Llosa residió en la capital durante años salen varios turistas que ocupan algunas de las viviendas vacacionales que ahora hay en el edificio. Todos se enteran por este medio de que el alojamiento que han escogido para pasar sus días libres en Madrid está solo unos pisos por debajo del que habitó el escritor hispanoperuano. Cuesta encontrar a vecinos de siempre. Alguno reconoce habérselo encontrado una o dos veces paseando; otros saben que vivió allí, pero poco más.
En general, definen la vida del premio Nobel en el Madrid de los Austrias como "discreta". Mario Vargas Llosa adquirió con su entonces mujer, Patricia, una vivienda en esta zona de la capital en 2002. Ocupaba la planta más alta del edificio que, según explica un vecino, fue construido en 1875. El piso en cuestión tiene 340 metros cuadrados. En el sótano tenía su biblioteca, que trasladó desde Londres.
Fue su hogar en Madrid hasta que empezó su relación con Isabel Preysler, allá por 2015, y allí volvió tras su ruptura, aunque la gente que habita las viviendas cercanas no recuerdan haberlo visto haciendo una gran vida por el barrio. Sí le gustaba Casa Parrondo, donde solía acudir con su círculo al reservado. Dicen sus dueños que pedía las cosas típicas, como "la fabada o el bacalao, que le gustaba mucho". Nunca acudió con Preysler, pero le notaron cómo se vino abajo con la ruptura.

Imágenes del Madrid de los Austrias. / Alba Vigaray
"Era una persona normal, amable. Con sabiduría y cultura. De las que ya no quedan", exponen los dueños de este restaurante mítico al que suelen acudir otros personajes conocidos como Alaska, Mario Vaquerizo, Eva Amaral o los componentes de La Guardia. El negocio, que va por la cuarta generación, es uno de los que resisten a los cambios del barrio, que en los últimos años, como otros tantos de Madrid, ha sufrido una gran transformación: muchos locales de siempre han dado paso a negocios de esencia bien distinta, algunas cafeterías pertenecen a cadenas y donde antes había viviendas ahora hay pisos de alquiler turístico que ocupan quienes quieren alojarse a solo unos pasos de la calle Arenal que une la Puerta del Sol y la Plaza de Isabel II (Ópera).
Desde su puerta del local, explican, asegura que vieron como su entonces mujer "le tiraba la ropa y las cosas por la ventana". Fue un día de tarde.
Paseos en chándal
José Enrique, otro vecino, recuerda una actitud menos afable. Lo visualiza en chándal, saliendo a dar algún paseo, pero sin saludar. "Al volver a recoger el premio [Diálogo] de París le abrí la puerta, porque veía que se caía. No dio las gracias", cuenta. Era en 2024 y su estado físico había empeorado.
Otro vecino de siempre asegura que Vargas Llosa no era de salir a comprar el pan. "Él, para lo único que usaba el edificio, era para dormir algo, escribir... Era una persona que viajaba mucho y aquí ha estado a salto de mata", expone. Pese a haber sido vecinos durante unos 15 años, apenas se cruzó con él media docena de veces.

La vivienda está a solo unos metros de la Plaza de Isabel II (más conocida como plaza de Ópera). / Alba Vigaray
La vivienda no está a su nombre, añade, sino que tenía sociedades para ello. También allí vivió su hija Morgana. Antes de eso, realizó una reforma importante en sus más de 300 metros cuadrados. La parte de arriba del piso, "una especie de ático", la preparó para escribir. Allí tenía su estudio.
Un espacio del que ahora no saben qué será. Horas después de su fallecimiento, una persona lo limpia. Milán es otro de los vecinos del edificio que se lo cruzó alguna vez. Su novia, que lleva más tiempo residiendo en uno de los pisos surgidos de dividir otro mucho más grande, lamenta no haber entablado alguna conversación con él más allá de un "buenos días" o un "buenas tardes". Ahora, dice, se arrepiente.
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