Guardando las distancias: Lo que debemos aprender del belsetán

Dejar morir a las minorías o aniquilarlas es el reflejo de la crisis de la sociedad actual

El pastor Ángel Luis Saludas ‘Barré’.

El pastor Ángel Luis Saludas ‘Barré’. / EL PERIÓDICO

Daniel Monserrat

Daniel Monserrat

ZARAGOZA

Apenas una quincena de personas hablan belsetán, una variedad del aragonés que se habla en el valle de Bielsa y que tiene un valor que no suele ser muy habitual en estos tiempos, y es que se trata de la lengua mejor conservada del Pirineo al no haber sufrido apenas castellanización. Sí, el belsetán es una lengua en peligro de extinción, tal y como ha alertado la Unesco sobre todas las variedades del aragonés desde hace ya tiempo.

Ahora, Maxi Campo ha decidido rodar un documental centrado en un pastor, Ángel Luis Saludas Barré, que, conocedor de que la lengua tiene muy difícil su pervivencia ha ido construyendo un diccionario de más de 21.000 palabras en lo que se ha denominado el 'Diccionario María Moliner' del belsetán. Veo con alegría que la campaña de crowdfunding que había iniciado el cineasta se ha cerrado con un éxito rotundo ya que si se pedían inicialmente 3.000 euros se han logrado recaudar 7.723 euros por lo que '21.000 palabras (Un capezuto e dos collons)' verá la luz y ojalá llegue lo más lejos posible.

Una sociedad del siglo XXI

Porque reivindicar una lengua minoritaria (lo mismo que un hecho cultural alternativo, diferente o alejado de los márgenes de la complacencia comercial) no es, como se empeñan en pregonar los de siempre, ahondar en la división y en la diferencia. No, precisamente es lo contrario, darle cabida y voz a esas personas y aspectos de nuestra sociedad que se quiere limpiar por el sino de los tiempo en pos de una uniformidad (probablemente planificada) y, por cierto, nunca bien aplicada.

Defender una sociedad poliédrica en la que se vea con normalidad la existencia de multitud de expresiones culturales (la lengua no deja de ser una de ellas) sin que nadie ponga el grito en el cielo, es precisamente defender con ahínco un mundo en el que el conflicto no sea el camino y en el que se aspire a un bienestar global para todos (y no solo para unos cuantos).

Obviamente, un documental no va a cambiar el mundo, la sociedad, pero sí puede llamar la atención sobre la situación de unas lenguas que tienen que venir los de fuera para decirnos que están en peligro de extinción y que hay que cuidarlas. Porque aquí, en multitud de ocasiones, les hemos dado la espalda, no hemos querido saber nada de su riqueza y, en demasiadas ocasiones, las hemos visto como algo rural que no merece más importancia que la que se le quiera dar para un estilo de vida que desde las ciudades vemos casi como pintoresco (y, a veces, sin el casi).

Lo que está sucediendo con el belsetán no es algo lejano y banal. Es la constatación del mundo al que nos vamos encaminando gracias a todos y pese a todos. Así de clara es la contradicción.

¿Hacia dónde vamos?

Y lo que pasa ahora con todas esas lenguas es lo que no hay que permitir que pase en ningún caso con las expresiones culturales que quizá no consigan atraer a miles y miles de personas pero que nos identifican como sociedad y nos permiten estar en el mundo de una manera o de otra. El hecho cultural existe porque hay alguien que lo pone en marcha independientemente de que no haya nadie delante para verlo o haya millones de personas. Y eso que parece una idea de perogrullo no tengo tan claro que sea una percepción muy extendida. Y tanto valor tienen esos 'acontecimientos' culturales ante decenas de personas que los que llenan plazas y estadios. Aunque, a veces, parezca que solo existan estos últimos. Quizá es el momento de detener esta sociedad líquida, dar un paso atrás y pensar cada paso que vayamos a dar. 

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