Los cines de pueblo resisten en Aragón: una lucha contra los elementos

A pesar de las adversidades, muchas salas rurales sobreviven en la comunidad gracias al apoyo de los ayuntamientos

Seis cines de otros tantos municipios aragoneses.

Seis cines de otros tantos municipios aragoneses.

Rubén López

Rubén López

Zaragoza

Los cines de pueblo de Aragón llevan muchos años aferrándose a la vida. El auge de los videoclubs en los 80 y 90, la piratería, el duro proceso de digitalización de hace casi 15 años y las plataformas de streaming han sido amenazas demasiado potentes y, lamentablemente, todos no han podido resistir. La mayor sangría se produjo con la citada digitalización, que obligó a cerrar bastantes salas en los pueblos más pequeños entre 2012 y 2015. Sin embargo, los que superaron esa crisis han logrado mantenerse con vida y –no sin dificultades– siguen luchando contra los elementos gracias al apoyo de las instituciones.

«Si sobreviven es gracias a la financiación y la ayuda de los ayuntamientos o las diputaciones, porque todos estos cines son deficitarios», subraya Óscar Hernández, de la empresa Servoeléctrico. La suya es la única compañía aragonesa que opera en la comunidad (las otras dos son de Cataluña y Valencia), lo que demuestra la escasa rentabilidad económica que conlleva la gestión de estas salas rurales. «En algunos municipios solo llevamos la programación y en otros también la explotación, además de suministrar y mantener el material audiovisual y los equipos», apunta Hernández, cuya empresa gestiona, entre otros, los cines de Zuera, Utebo, Fabara, Daroca, Illueca, Brea, Tauste, Ainzón o Calanda.

Según los datos de la SGAE, en 2023 (último año disponible) había 27 cines con actividad en todo Aragón, frente a los 29 de 2016 o los 41 de 2010. «Cerraron muchos en los pueblos con la digitalización, porque ese cambio requirió de una inversión de unos 40.000 o incluso 50.000 euros solo en los nuevos equipos de proyección. Por eso ahora no tendría mucho sentido que abandonaran tras dedicar tanto esfuerzo», señala Hernández, que reconoce que el cine va a estar siempre en crisis: «También lo está en las grandes ciudades, pero es cierto que mantener las salas en el medio rural es muy importante porque, además del servicio cultural y social que aportan, ayudan a fijar población durante los fines de semana y eso impulsa la hostelería y los comercios de los pueblos».

Obviamente, todos estos cines serían inviables sin el apoyo de las instituciones, pero también lo son otros muchos servicios como se apunta desde el Ayuntamiento de Fabara: «En un pueblo como el nuestro de poco más de mil habitantes casi todos los servicios, como la piscina o el pabellón, son deficitarios, pero tenemos que mantener la vida en el medio rural y apostar por la cultura».

La asistencia, a la baja

Actualmente, la empresa que más cines de pueblo gestiona en Aragón es Circuit Urgellenc, que comenzó trabajando en Lérida pero se ha ido expandiendo por el resto de Cataluña y las tres provincias de la comunidad, sobre todo en la de Huesca. La firma lleva la gestión de 14 cines aragoneses (Barbastro, Binéfar Monzón, Sariñena, Zaidín, Alcañiz, Caspe, Maella...), una cifra que se mantiene con respecto a antes de la pandemia. «Todos aguantan, aunque la asistencia ha ido bajando poco a poco. Por ejemplo, el cine de Monzón recibió el año pasado a unos 20.000 espectadores, frente a los 30.000 del año 2019, una caída porcentual que es muy similar también en Binéfar», indica el gerente de Circuit Urgellenc, Pere Armedes, que pese a las muchas dificultades es optimista con el futuro de estas salas: «Mientras los ayuntamientos mantengan su apoyo y siga habiendo locos como nosotros, yo creo que sobrevivirán».

Y eso que de un tiempo a esta parte ha aparecido un nuevo bache en el camino. «Como les ocurre a las neveras, la obsolescencia programada también afecta a algunos de los equipos. En Monzón, por ejemplo, tenemos una de las dos salas parada desde hace dos meses porque no encontramos recambios y claro, comprar un nuevo proyector es muy caro», comenta Armedes, que reclama algún tipo de plan renove o ayuda del ministerio para estos casos.

Todas estas dificultades constatan que en algunos casos es casi un milagro que estos cines rurales sigan sobreviviendo. En Ainzón, por ejemplo, resiste gracias a los propios vecinos. «En los 80 cerraron muchos y el nuestro también peligró, así que se decidió crear una asociación para mantenerlo con vida», recuerda la presidenta de la asociación, María Ángeles Adell, que destaca que además de un servicio cultural es también un evento social que une al pueblo. El cineclub cuenta con unos 300 socios que por menos de diez euros al mes pueden acceder a todas las sesiones.

Otras salas de la comunidad, como las de Zaidín, Sariñena o Tamarite, también se mantienen en gran parte gracias a sus socios, que pagando una cuota de diez euros al mes pueden ver todas las películas que se proyectan. En estos municipios y en otros con más población, el cine suele seguir abierto durante los meses de verano, pero en los más pequeños tan solo se proyecta de septiembre a mayo. La otra firma que gestiona salas rurales en la comunidad es la valenciana Exhicine, que lleva los de Borja y Tarazona. 

Tracking Pixel Contents