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Regreso en Montjuïc

Bunbury enciende y tiñe de rojo su cabaret latino en Barcelona

El cantante aragonés revivió su ‘huracán ambulante’ veinte años después, fundiéndolo con el material de último álbum, ‘Cuentas pendientes'

Concierto de Enrique Bunbury en el Palau Sant Jordi

Concierto de Enrique Bunbury en el Palau Sant Jordi / FERRAN SENDRA / EPC

Jordi Bianciotto

Barcelona

Tres años y medio después de anunciar que se retiraba de los escenarios, recuperado ya de sus males e inseguridades, Bunbury volvió a ser Bunbury ante su público barcelonés, que no lo veía desde 2018. Ahí estuvo el paladín de gesto pugilístico, el vocalista del énfasis, el cancionista de educación rockera que un día se fue, de puerto en puerto, a hacer las Américas. No hubo rastros de crisis en su garganta, de restos de aquella jamacuco que le hizo frenar súbitamente en 2022. Dos horas de ‘bunburysmo’ puro y mestizo, cruzando los ecos de una parcela precisa de su pasado con el presente de ‘Cuentas pendientes’.

Esta gira, de quince conciertos a ambos lados del Atlántico, ha supuesto el rescate de El Huracán Ambulante, su banda del período 1997-2005, con el añadido del guitarrista Jordi Mena, el titular de su otra banda, Los Santos Inocentes (2008-22). Bunbury ha querido fundir el eco cabaretero viscoso de su lejano ‘Freak show’ con la latinidad tradicional, tocada por la reverberación y el suspense, proyectada en su último álbum.

Cortinajes y neones

La jugada casó bien en el Palau Sant Jordi, local que, como en 2008, le quedó muy grande, y del que ocupó menos de la mitad del aforo. El concierto tuvo hechuras de espectáculo, con largos cortinajes rojizos y un neón de club de carretera, envolviendo músicas que deslizaron guiños cinematográficos en la introducción instrumental ‘felliniana’ de ‘Ocho y medio’, de Nino Rota, y el guiño al ‘Cabaret’ de Kander y Ebb.

Las canciones de ‘Pequeño’ (1999) representaron en su día un punto de inflexión: impresionaba oír a Bunbury deseando “aprender a ser pequeño” y a buscando oro en el matiz, después de la borrachera de épica y gloria de Héroes del Silencio. Ahora, este Bunbury es la suma de aquel y de su irreprimible instinto de poder, y aquellas canciones (‘De mayor’, ‘El extranjero’, ‘Infinito’) cobraron otra altura, otro grosor, fruto de una maduración natural. Ahondando en esa era, con alguna que otra guitarra de quiebros cubistas a lo Marc Ribot (para Tom Waits), brilló el material de ‘Flamingos’ (2002), de naturaleza más musculosa, cuyas cumbres marcaron el clímax de la noche (‘Sácame de aquí’, la ‘bowiesca’ ‘Lady blue’), y el de ‘El viaje a ninguna parte’ (2004), narrativo y con derivadas portuario-latinas como ‘Que tengas suertecita’.

Cumbia y wah-wah

El zaragozano, traje rojo, voz firme con todo su catálogo de acentos, fue el ‘frontman’ categórico de siempre, y lució material fresco en esos números envueltos en un sabor latino llevado a su terreno: la cumbia un poco enrarecida de ‘Te puedes a todo acostumbrar’, la inquietante marejada de ‘Para llegar hasta aquí’, donde el aire se corta a cuchillo. Rescató un tema de su primera y lejana etapa electrónica, ‘Big bang’, tuneada con guitarra wah-wah y sendos metales, y varios favoritos de los muy fans de siempre, como las adaptaciones de ‘Apuesta por el rock’n’roll’ (de sus paisanos de Más Birras) y ‘Sí’ (Adrià Punti para Umpah-Pah).

En el bis, otra de las nuevas, ‘Serpiente’ (esos bellos versos de desprecio: “quítate el bozal para masticar’), nos deslizó que Bunbury sigue escribiendo buenas canciones, y que va con él ese registro tex-mex. Ahí estuvo también ‘El jinete’, de José Alfredo Jiménez, donde se vació como intérprete (y Mena con su solo). Y un cambió de guion respecto al concierto de hace unos días en Madrid al recuperar ‘Canto… el mismo dolor’. Quién sabe cuál será su siguiente paso, pero no parece que Bunbury se haya cansado del escenario ni de sí mismo.

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