De todas sus aventuras, la más sonada, sin duda, ha sido la conquista de la Saraqusta islámica, a la que hoy llamamos Zaragoza. Hay otra hazaña menos conocida, que es su expedición a Granada, y aprovecho la efeméride de su fallecimiento para escribir sobre esta gesta.

Por aquellos años la ciudad de la Alhambra no era un territorio totalmente rodeado de dominios cristianos como en 1492, cuando la ocuparon los Reyes Católicos. Durante el reinado del Batallador las posesiones del rey aragonés no pasaban de Calamocha y las del de León, de Toledo. Es decir, para llegar a Granada había que atravesar toda Al-Andalus, que era territorio enemigo. Había que echarle valor.

Era una empresa loca que solo se podía plantear Alfonso I, un monarca profundamente religioso, procedente de una dinastía con espíritu mesiánico, que, además, estaba perfectamente incardinado con ese ideal de Cruzada imperante en la Europa del momento. Por si fuera poco, hasta la fecha había salido victorioso de todas sus batallas, había sometido a la gran Saraqusta, se había hecho con todo el valle del Ebro y, él solo, había derrotado en Cutanda a los ejércitos del gran imperio almorávide. No es de extrañar que se creyera capaz de cualquier cosa, motivos le sobraban.

Todo empezó en el año 1124 cuando, mientras disfrutaba de unos relajados días en Daroca, recibió una extraña legación que quería hablar con él. Se trataba de unos mozárabes (así se llamaba a los cristianos que vivían en Al-Andalus) procedentes de Granada. Le contaron todas las penurias que pasaban los cristianos de aquellos lares desde que llegaron al poder los almorávides, unos fanáticos del islam; y le prometieron que si se atrevía a presentarse ante las murallas de Granada, le abrirían las puertas de la ciudad como si de un salvador se tratara.

Alfonso, al que no se le podían hacer este tipo de proposiciones, enseguida se vino arriba y empezó a soñar con la idea de hacerse con Granada y crear un reino cristiano en el corazón de AlAndalus. Para tales fines movilizó a un gran ejército, imposible de mantener en secreto. Como no podía esconder su ejército, para crear incertidumbre y que los almorávides no descubrieran su objetivo final, se dirigió hacia Valencia y empezó a realizar varias escaramuzas por Murcia. Después de esto se entretuvo más de la cuenta, en las navidades del año 1125-1126, asediando Baza y Guadix, teniendo que retirarse finalmente ante la imposibilidad de entrar en ambas localidades.

La vuelta a casa fue una auténtica odisea, lastrado por los miles de civiles mozárabes a los que escoltaba

Esto dio tiempo a los almorávides para que intuyeran sus planes y que vigilaran muy bien a los mozárabes de Granada, impidiéndoles que le abrieran las puertas de la ciudad cuando se presentó con sus tropas. Ante esta tesitura, no pudo llevar a cabo su proyecto inicial de conquistar Granada pero se paseó por lo que hoy en día es Andalucía como quiso. Llegó a las playas de Vélez-Málaga, con todo el simbolismo que encerraba el hecho de que un rey aragonés llegara al mar, y después marchó hacia la vega de Córdoba, donde obtuvo grandes victorias, un gran botín y miles de mozárabes que regresaron a Aragón con él y que le vinieron de perlas para repoblar sus recientes dominios del Valle del Ebro.

La vuelta a casa fue una auténtica odisea, lastrado por los miles de civiles mozárabes a los que escoltaba, mientras un gran ejército almorávide les pisaba los talones. Pero de todo supo salir airoso y llegar a buen puerto, aunque no consiguiera, eso sí, llevar a cabo su plan primigenio.