Este imponente aragonés siempre fue un azote incansable contra las hordas conservadoras y contra los que querían evitar a toda costa el avance del país para no perder privilegios indebidos. Su discurso guerrero, las verdades que soltaba por su boca, su solemnidad, su estruendosa voz y su grandioso físico achantaban a cualquiera de sus rivales en la palestra política y le hicieron ganarse el apelativo de el león de Graus, localidad a la que se trasladó a los pocos años de edad.

Costa era un hombre avanzado de ideas que criticaba que España fuera al revés del mundo. Con este al revés del mundo se refería, claro está, a las principales potencias europeas y EE.UU. Razones no le faltaban, pues era un país de oligarcas hecho a la medida de estos caciques.

Turnismo

Le tocó vivir la época de la Restauración, etapa marcada por el turnismo de dos grandes partidos, que eran el Partido Liberal y el Conservador, agrupaciones políticas con grandes intereses comunes, siendo sus diferencias pequeños matices como el mayor o el menor apoyo a la Iglesia. Las elecciones estaban tan manipuladas que siempre las ganaba el partido que las convocaba, no eran más que una pantomima.

No existía tampoco la libre enseñanza, sino que estaba controlada por la clase dominante y la Iglesia. La libertad de cátedra por aquel entonces brillaba por su ausencia.

Los hijos de las grandes fortunas podían librarse del servicio militar obligatorio con una contribución económica. Esto hacía que los que fueran a las guerras y murieran en ellas, fueran solo los hijos de las clases bajas.

También le tocó ver como España fue uno de los países en los que más tarde se abolió la esclavitud, siendo en política internacional un furibundo defensor de su abolición, a lo que se oponían un avispero de carlistas y conservadores que residían en Cuba, donde tenían grandes plantaciones.

En esta España Costa fue un humilde labrador, hijo de campesinos, que conocía bien a su pueblo, por el que siempre luchó. Mediante los estudios elevó su condición, saliendo de la extrema pobreza y convirtiéndose en uno de los políticos más brillantes e influyentes que ha dado este país.

Enseñanza laica

Pese a su brillantez, nunca consiguió una cátedra en la Universidad de Madrid, pues no estaba dispuesto a doblegarse, sino que creía firmemente en una enseñanza avanzada y laica, libre de la injerencia política y eclesiástica. Esto hizo que se vinculara a la Institución Libre de Enseñanza, fundada por su buen amigo Francisco Giner de los Ríos, donde explicó Historia de España y Derecho Administrativo. Siempre apostó por la educación y la ciencia, a la que consideraba motor del progreso, siendo sus mayores enemigos los caciques, que querían mantener a la gente ignorante y hambrienta para que no menguara su poder y su riqueza. Sus escritos, tanto de historia, como de derecho, como de política, fueron muy apreciados por los mayores intelectuales de la época.

A partir del Desastre del 98, cuando se perdieron las últimas colonias españolas (Cuba, Puerto Rico y Filipinas), es cuando caló su discurso político de que España era un país de segunda fila, un país de pandereta que se diría hoy en día, una nación atrasada que estaba a merced de las potencias más avanzadas.

Su solución a los problemas de España los resumía en su lema «escuela y despensa». Vinculaba mucho la regeneración con el progreso del sector agrario y la utilización del agua. Aragón hizo suyo este discurso porque en nuestra tierra siempre ha habido zonas desérticas o semidesérticas. El núcleo de las reivindicaciones aragonesistas de principios del siglo XX era el riego de los eriales.

Regeneracionismo

Costa fue uno de los máximos representantes del regeneracionismo, que es una crítica al sistema de la Restauración que tiene como fin modernizar España, equiparándola a Europa. Tras la derrota en la guerra de Cuba, todas las críticas regeneracionistas fueron evidenciadas y vistas por los españoles. Incluso llegaron a fundar un partido propio, llamado La Unión Nacional. Este duró muy poquito tiempo, el caciquismo y los dos grandes partidos del sistema lo hicieron desaparecer en el año 1901. No obstante, no todo el esfuerzo fue en vano, pues en 1900 se consiguió la creación del ministerio de educación y la estructura hidráulica que construyó Miguel Primo de Rivera y luego Franco, era una vieja reivindicación regeneracionista.

Tanto los republicanos, como Primo de Rivera y Franco, se apoyaron en Costa, debido a que a la vez que hablaba de invertir en infraestructuras, en regadío y seguridad social; hablaba de hacer recortes, de la necesidad de un hombre de hierro y de unas cortes orgánicas. Y es que, aunque fuera un hombre de avanzadas ideas, era hijo de su tiempo.

Por su posicionamiento contrario al sistema ni consiguió ser catedrático ni ser elegido diputado hasta llegar a una edad avanzada y, para entonces, no quiso tomar posesión de su escaño.

Joaquín Costa estaba en perfecta sintonía con aquel Unamuno que escribía «me duele España» y que decía de manera irónica: «En España, que inventen ellos». Siempre que hablo de Costa me acuerdo de Machado cuando enunciaba: «En España de cada diez cabezas, una piensa y nueve embisten».