El 21 de septiembre del año 1558 murió en el extremeño monasterio de Yuste Carlos de Habsburgo, quien hasta no hacía mucho había sido la persona más poderosa del mundo occidental y que durante casi 40 años ostentó el título de rey de Aragón.

Lo curioso es que Carlos de Habsburgo, aquel joven príncipe flamenco que con apenas 16 años recibió una de las mayores herencias de la historia, murió retirado del mundo lleno de remordimientos y sintiendo en buena medida fracasada la misión con la que pensaba había sido llamado tanto por Dios como por la providencia. Por herencia de su abuelo materno Fernando II el Católico y ante la incapacidad para gobernar que se había impuesto sobre su madre, la reina Juana, Carlos recibió en 1516 su herencia hispánica, compuesta por los diferentes Estados de la Corona de Aragón, el Reino de Castilla y sus territorios de ultramar en las llamadas Indias, que cada año que pasaba iban aumentando.

De la herencia de su padre Felipe el Hermoso y su abuelo Maximiliano recibió los dominios patrimoniales de los Habsburgo en Centroeuropa y en Flandes, a lo que unos años más tarde se sumó la corona imperial pasando a ser Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico. Así, a comienzos de la década de 1520, ante Carlos se presentaba la misión de ser un nuevo Carlomagno, un gran emperador católico con la misión de liderar bajo su mando a toda la cristiandad para después poner fin a la amenaza del Imperio Otomano sobre la Europa cristiana. 

Sentimiento de fracaso

La realidad de su reinado fue bien distinta. Por una parte le tocó lidiar con la ambición de Francisco I de Francia, quien no se avenía a un papel de segundón en la política europea ni a la amenaza que suponía la Monarquía Hispánica sobre sus dominios. Por otro lado, la cristiandad se dividió con las diferentes reformas surgidas de las protestas de Martín Lutero mientras el Imperio Otomano de Solimán el Magnífico amenazaba incluso a la misma Viena o las costas del Mediterráneo occidental. Por todo ello, el emperador Carlos no dejó de tener cierto sentimiento de fracaso en su misión, aunque con la perspectiva del tiempo se ha tratado su reinado como uno de los de mayor auge de los reinos hispánicos. 

Como rey de Aragón fue el único de los reyes Habsburgo que todavía mantuvo cierta ficción de relación entre la monarquía y el propio reino y sus instituciones, ya que convocó Cortes aragonesas hasta en siete ocasiones. Al fin y al cabo, el rey Carlos fue el último rey viajero. Solo por comparar, entre los reinados de Felipe I, Felipe II, Felipe III (según el número regnal en Aragón) y Carlos II, las Cortes aragonesas se reunieron de nuevo en siete ocasiones, lo que indica la pérdida de peso e importancia que dieron los Austrias a la Corona de Aragón y aún más al reino aragonés en el conjunto de su gran imperio. Y es que era poco lo que de estos territorios podían sacar en esas cortes teniendo en cuenta las exigencias que hacían los brazos de representantes como contrapartida. 

Ya la primera vez que Carlos estuvo en Aragón, allá por el año 1518, tuvo que sudar tinta para lograr que las cortes le juraran y reconocieran como monarca, pues no pocos preferían a su hermano menor, el infante Fernando, que había nacido y vivido en los reinos hispánicos con su abuelo el rey Fernando el Católico como mentor. De hecho, el propio monarca dudó hasta el último momento de si hacer heredero de sus reinos a su nieto menor en detrimento de Carlos. 

Pero finalmente logró ser jurado y estuvo viviendo ocho meses en Zaragoza con toda su corte, alojado en el palacio real de la Aljafería. Fue precisamente en sus salones donde se decidió financiar la expedición presentada por el portugués Magallanes y que acabaría dando la primera vuelta al mundo de la historia de la humanidad liderada por Juan Sebastián Elcano. A resultas de ese viaje, en 1529 la Monarquía Hispánica y Portugal firmaron el Tratado de Zaragoza por el cual hicieron un nuevo reparto del mundo completando el realizado años atrás en Tordesillas y que dejó el Océano Pacífico en manos hispanas. El por qué ninguna institución pública ni empresa aragonesa ha querido participar en los actos de conmemoración del quinto centenario de esa vuelta al mundo es algo que se me escapa. 

Acequia imperial

Otra de las huellas que dejó Carlos durante su reinado en Aragón fue la cédula que permitió el comienzo de las obras de la Acequia Imperial en 1528, un proyecto para mejorar los regadíos de la huerta zaragozana y cuyas obras comenzaron cerca de la localidad de Gallur. 

Sin embargo, la falta de financiación y los problemas técnicos provocaron el abandono del proyecto, aunque siempre quedó en el recuerdo. Tanto que ya en el siglo XVIII el conde de Aranda lo sacó del cajón del olvido y convenció a Carlos III de Borbón para retomarlo, pero esta vez en una concepción más faraónica y comercial con un canal navegable que fuera desde el mar Cantábrico hasta el Mediterráneo y que se convirtió en el Canal Imperial. 

Por último, en 1542 y durante las cortes celebradas en Monzón, Carlos emitió una cédula real dando permiso para la fundación de la actual Universidad de Zaragoza, que sería la segunda del reino aragonés tras la Sertoriana de Huesca fundada en el siglo XIV. Esta es la fecha que aparece en el logo de la propia universidad zaragozana, aunque esta no entró en funcionamiento hasta 40 años más tarde por la gran oposición que despertó. Pero eso toca dejarlo para otro día.