Erupción estromboliana, hawaiana o piroclasto son algunos de los términos que estamos escuchando mucho últimamente. Y es que en el último mes, la terrible erupción de la isla de La Palma en las Canarias que tantos daños materiales está provocando nos ha hecho aprender también un poco a todos sobre el funcionamiento de los volcanes y el cómo se producen las erupciones. Un fenómeno de la naturaleza que nos recuerda una vez más que el mismo planeta es un ente vivo y en continua transformación.

Justo además en estos días de finales de octubre se produjo la que quizás sea la erupción más famosa de todos los tiempos. Aquella que destruyó las ciudades de Pompeya y Herculano y que segó miles de vidas. La gran erupción del Vesubio se produjo en el año 79 d.C. en pleno Imperio romano, y tradicionalmente se ha situado la fecha de la erupción el día 24 de agosto de aquel año. Sin embargo, las investigaciones y hallazgos más recientes hacen improbable esa fecha y la más aceptada actualmente es la del 24 de octubre.

Aquél día el Vesubio comenzó a erupcionar y acabó sepultando entre cenizas, piroclastos y lava tanto Pompeya como Herculano y a la mayoría de sus habitantes, que no sabían qué es lo que estaban viviendo y que probablemente lo veían como una muestra de la ira de los dioses.

Aunque quedó el recuerdo de lo ocurrido y de la existencia de ambas ciudades, estas se dieron por perdidas durante siglos, aunque mucho más adelante no era raro que los agricultores encontraran piezas arqueológicas arando sus tierras.

Aquí es donde se cruza la historia de Roque Joaquín de Alcubierre, un zaragozano nacido el 16 de agosto del año 1702. De su juventud sabemos que estudió en la capital aragonesa y que después acabó ingresando en el Ejército como ingeniero militar. En el año 1738 ascendió a capitán y viajó a una Italia donde la monarquía española llevaba buscando desde hacía tiempo recuperar parte de la influencia que España había perdido en la zona tras la Guerra de Sucesión Española, a comienzos de aquel siglo XVIII. Y es que la guerra confirmó la llegada al trono hispano de la Casa de Borbón en detrimento de los Habsburgo, pero también supuso ciertas pérdidas territoriales como los reinos de Nápoles y Sicilia, el Ducado de Milán y otras posesiones en la península itálica.

Felipe V de Borbón inició en 1717 la Guerra de la Cuádruple Alianza para tratar de recuperar esas posesiones, aunque el resto de las potencias europeas se lo impidieron. Aún así, con ese y otros conflictos fue logrando la entrada de la dinastía de Borbón en algunos territorios italianos como Parma o el reino napolitano, y en 1734 Carlos de Borbón, hijo de Felipe V de España, se convirtió en rey de Nápoles como Carlos VII (más tarde fue Carlos III de España).

Es justo en esos años cuando aparece por aquellas tierras Roque Joaquín de Alcubierre, quien se pone al servicio del nuevo monarca napolitano. En 1738 el rey ordenó los inicios de la construcción a las afueras de Nápoles del palacio real de Portici. En los trabajos de prospecciones del terreno estuvo presente Roque como ingeniero que era, y fue entonces cuando se hallaron los restos de la ciudad sepultada de Herculano. Consciente de la importancia de lo que se acababa de encontrar, el zaragozano comenzó a solicitar al rey permisos para realizar excavaciones a gran escala, comenzando con ellas ese mismo año aunque apenas le fueron otorgados medios económicos y humanos.

Pero pronto se encontraron restos monumentales como los del teatro de Herculano y unas pinturas murales, lo que fue aumentando el interés por lo que estaba apareciendo bajo la tierra.

En un primer momento ese interés vino sobre todo por el tráfico de obras de arte romanas más que por interés arqueológico. Pero en 1748 Roque inició las excavaciones de Pompeya y allí se empezaron a encontrar, entre otras muchas cosas, los huesos de las gentes que murieron en el desastre y que habían quedado sepultadas entre cenizas y rocas, solidificándose y una vez desaparecidos los restos humanos dejaron las huellas de la posición en que habían muerto. Esto empezó a cambiar la perspectiva de las excavaciones y comenzó un verdadero interés arqueológico y científico. Los nuevos hallazgos contribuyeron a conocer mucho mejor la vida de la antigua Roma, además de generar un renovado interés por el arte y la arquitectura clásica que desembocó en el desarrollo del neoclasicismo.

Desde 1750 comenzaron a surgir rencillas entre Roque Joaquín de Alcubierre y sus subalternos hasta el punto de ser apartado de la dirección de las excavaciones. Además, los trabajos del germano Johan Joachim Winckelmann, quien es considerado el padre de la Historia del Arte y de la Arqueología, además de ser responsable de la visión del mundo clásico que en buena medida seguimos teniendo hoy en día, criticaron muy duramente a Roque Joaquín de Alcubierre, cayendo casi en el olvido los muchos méritos que hizo para la recuperación de la memoria de Pompeya. H