Durante mucho tiempo la institución de la monarquía fue el sostén del régimen de la Restauración. La principal característica de este sistema era el turnismo en el gobierno entre dos grandes partidos: el Partido Liberal y el Partido Conservador. Ambos partidos tenían intereses muy parecidos y estaban integrados por el mismo tipo de gente: los caciques, grandes industriales, banqueros y espadones del ejército. Sus diferencias políticas eran mínimas. Puesto que las elecciones se amañaban (había mil maneras para hacerlo), siempre ganaba las elecciones el partido que las convocaba; así que ambas fuerzas políticas llegaron a un acuerdo para evitar las continuas revoluciones y pronunciamientos militares. El pacto consistía en lo siguiente: la monarquía unas veces llamaría a convocar elecciones al Partido Liberal y otras al Partido Conservador, más o menos de manera equitativa, para que se alternaran en el gobierno de manera pacífica.

El sistema contaba con el apoyo de la Iglesia y la monarquía jugaba un papel de arbitraje esencial entre ambas formaciones políticas. El problema es que ni los carlistas ni los republicanos ni los independentistas ni el movimiento obrero tenían alguna posibilidad de tener representantes en el gobierno.

Pistolerismo

Estaban totalmente apartados de las instituciones. Todo esto comienza a resquebrajarse a partir del año 1917 porque todos estos movimientos marginales empiezan a tener muchísimos votos y ni siquiera los pucherazos electorales pueden evitar que sus líderes accedan en masa al parlamento. Son los años del pistolerismo entre la patronal y los sindicalistas obreros. Son también los años de los gobiernos de concentración entre el Partido Liberal y el Partido Conservador para aglutinar una mayoría parlamentaria. En esta tesitura, el rey Alfonso XIII era el máximo defensor de la Constitución de 1876 y el que más se empeñó en la pervivencia de este régimen caciquil y caduco.

Y de repente, en el verano de 1921, ocurrió el Desastre de Annual en Marruecos. Al loco general Fernández Silvestre no se le ocurrió mejor idea que adentrarse en el desierto a perseguir a las cabilas de Abd el Krim, a las que infravaloró por considerarlas pequeñas resistencias tribales. Abd el Krim esperó a que los españoles se murieran de sed y entonces presentó batalla. El resultado fue más de 10.000 muertos y el escándalo fue mayúsculo cuando se descubrió que fue el rey Alfonso XIII quien alentó al general Silvestre a llevar a cabo este disparate militar. Ante la noticia de que un empresario pagó cuatro millones de pesetas a Abd el Krim a cambio de que liberara a los españoles apresados, el rey exclamó: «qué cara está la carne de gallina» y la gente enloqueció. Los ánimos estaban enardecidos y en el Congreso se exigió la depuración de responsabilidades. Entonces se empezó a elaborar el Expediente Picasso, que podía salpicar al propio monarca. No se supo el resultado de las investigaciones porque el Golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera en 1923 y su dictadura (1923-1930) dieron carpetazo al expediente con la aquiescencia de Alfonso XIII. El rey, que había jurado defender la Constitución de 1876 y que se empeñó más que nadie en mantener un régimen que ya no funcionaba, por interés personal aceptó de buena gana la dictadura de Miguel Primo de Rivera, convirtiéndose en un rey perjuro y traidor.

Pasaron los años y cayó la dictadura de Miguel Primo de Rivera en el año 1930. El rey dio el gobierno primero al general Damaso Berenguer y después al almirante Aznar. La función de ambos era preparar una transición para volver a la situación anterior, al sistema de la Restauración. Pero al rey nadie le perdonaba que hubiera sido un traidor, ni siquiera muchos de los antiguos hombres del régimen del Partido Liberal y del Partido Conservador. La república era un clamor social y en el verano de 1930 tiene lugar el Pacto de San Sebastián, una conspiración llevada a cabo por partidos republicanos, socialistas y militares con el fin de derrocar a la monarquía y establecer una república. El plan era organizar un Golpe de Estado, secundado por una huelga general de la UGT. No imaginaban otra manera de alcanzar sus objetivos, ya que todos cambios de régimen que habían ocurrido en nuestro país habían llegado por medio de pronunciamientos militares.

Adelanto

La fecha que acuerdan para que se produzca este Golpe de Estado es el 15 de diciembre.

Pero Fermín Galán, al mando de la capitanía de Jaca, decide adelantarse por su cuenta y riesgo el 12 de diciembre. Los motivos son varios: la nieve podía cortar las comunicaciones e imposibilitar sus planes; el general Mola le escribió una carta apelando a su amistad e intentando disuadirle de que se sublevara, lo cual le indica que el gobierno sabe que algo se está tramando; y por último, llevar la delantera en un Golpe de Estado victorioso podía encumbrarle y alcanzar el grado de general.

Tumba de Fermín Galán en el cementerio de Huesca Archivo

El 12 de diciembre de 1930, a las cinco de la mañana, comienza la sublevación en Jaca con algún pequeño tiroteo con las autoridades locales. Les cuesta ocho horas encontrar y requisar camiones (algunos de ellos averiados), lo que les hace perder todo el factor sorpresa. Después se dividen en dos columnas, una avanza por carretera y otra por ferrocarril. Pero las líneas ferroviarias fueron cortadas y los integrantes de esta segunda columna tuvieron que avanzar muchos kilómetros a pie. Ambas fuerzas se encontraron en Ayerbe y al día siguiente, en Cillas, a tres kilómetros de Huesca, se enfrentaron con las tropas gubernamentales, que estaban perfectamente preparadas, sobre aviso y les superaban amplísimamente en número. El resultado fue un desastre y se produjo la huida en desbandada de los insurrectos. Fermín Galán, en un acto que le honra, se entregó a las autoridades y se declaró responsable de lo ocurrido. Al día siguiente, el domingo 14 de diciembre de 1930, a pesar de que el ejército no fusilaba los domingos, y tras un juicio sumarísimo de unos 40 minutos, fueron fusilados los capitanes Fermín Galán y García Hernández. Esto demuestra que el gobierno tenía mucha prisa en acabar con ellos y en demostrar poder.

La hipocresía de la monarquía

Hubo algún que otro pequeño altercado en pueblos de las Cinco Villas y en Gallur, pero el pronunciamiento militar planeado para todo el país el 15 de diciembre quedó totalmente desmantelado. Sin embargo, estas ejecuciones hicieron patente la hipocresía de la monarquía, que aceptaba de buena gana los golpes de Estado que le interesaban y ejecutaba a los responsables de los que no le convenían. Fermín Galán y García Hernández se convirtieron en héroes de la causa republicana, que como toda causa necesita mártires. Y a los pocos meses, contra todos los pronósticos de la época, el 14 de abril de 1931 se proclamó la Segunda República no por las armas, sino pacíficamente, por medio de unas elecciones municipales, en las que arrasaron en casi todas las capitales de provincia los partidos republicanos. Esto convierte indiscutiblemente a la Segunda República, a pesar de sus luces y sus sombras, de sus aciertos y fracasos, en uno de los regímenes políticos más legítimos que hemos tenido los españoles.