Una vez más, el agua, su gestión y su uso están de plena actualidad social, económica y política en Aragón e incluso en buena parte de España. La semana pasada salió adelante la aprobación del IMAR, el nuevo Impuesto Medioambiental sobre las Aguas Residuales que va a entrar en vigor en Aragón para sustituir al impopular ICA. A esto se añaden los efectos de la última riada extraordinaria del río Ebro que lleva varios días manteniendo en vilo a los pueblos de toda la ribera.

Parece que el tema del agua en una región donde no es que sobre precisamente como es Aragón sea algo de los últimos tiempos, pero la realidad es que si empezamos a rebuscar en los arcanos de la historia nos encontraremos con problemáticas similares incluso en la antigüedad, especialmente si nos vamos a los tiempos de la dominación romana de la Península Ibérica.

Ya en la antigüedad conocían perfectamente dónde se podía construir y dónde no debido a la fuerza destructora del Ebro cuando este río desata toda su fuerza en tiempos de constantes lluvias o de deshielos en el Pirineo. Uno de los ejemplos más claros está en Caesaraugusta, la Zaragoza romana. Los romanos fundaron la ciudad en el punto en el que se encuentra el casco histórico de la ciudad sobre la margen derecha porque era una zona mucho más elevada que la margen izquierda, más proclive a inundarse. Así se mantuvo de hecho durante siglos el urbanismo de la ciudad, expandiéndose hasta no hace muchas décadas hacia el sur antes que por la margen izquierda del río. Pero incluso con esa elevación superior, la zona ribereña y lugares emblemáticos y centrales de la política y la economía de la ciudad romana como era el foro se veían anegados por las crecidas extraordinarias, por lo que los romanos acabarían elevando de forma artificial esa zona de la ciudad para tratar de evitarlas.

Acueducto de los Bañales

También podemos ver los enormes esfuerzos que hizo Roma para gestionar el agua. Casi podríamos llamar a la romana como una civilización del agua, dada la gran importancia que le dio a la explotación de este recurso para lo que se construyeron enormes obras de ingeniería por todo el imperio. El potencial que ofrecía la cuenca del Ebro no fue explotado a conciencia por los pueblos indígenas hasta la dominación romana. Ya a principios del siglo II a.C., el poblado íbero de Azaila situado en el turolense Cabezo de Alcalá se reformó a la romana y cuenta con una de las termas más antiguas de toda la península. Y es que había pocos signos de romanidad mayores que el hecho de poder tomarte unos baños en las termas de la ciudad en la que vivías. Un recinto termal que se abastecía fundamentalmente con el agua de lluvia y que para almacenarla contaba con una cisterna forrada de opus signinum, un recubrimiento especial hecho a base de cerámica machacada que le da un color rojizo muy característico y que facilita la impermeabilidad de la estructura.

Canal en torno al Ebro

Pero el mayor ejemplo de que lo que hoy es Aragón tampoco era un vergel en la antigüedad y que el uso del agua era tema de conflicto lo encontramos en las disposiciones legales que se hicieron durante un juicio, y que nos han llegado hasta nuestros días a través de los famosos Bronces de Botorrita. En ellos podemos ver que existía una especie de canal en torno al Ebro y que se utilizaba para abastecer de agua para regadío a una importante región.

Sin embargo, dos poblaciones reclamaban el uso de las aguas de este canal: Salduie, el poblado íbero sobre el que se construyó más tarde la Zaragoza romana, y Alaun, la actual Alagón. Al no ponerse de acuerdo, ambas ciudades iniciaron un litigio para dilucidar a quién pertenecía el disfrute de las aguas de dicho canal, siendo elegida Contrebia Belaiska (actual Botorrita) como ciudad neutral para decidir sobre el caso.

Finalmente el juicio acabó dándole la razón a Salduie, y como los romanos tenían la costumbre de dejar por escrito todas sus leyes o disposiciones en juicios, ya fuera en piedra o en bronce, escribieron el dictamen judicial en aquellos bronces excepcionales encontrados en la localidad zaragozana.

Si seguimos viajando por territorio aragonés, encontramos otros ejemplos de los enormes esfuerzos que hicieron los romanos para utilizar el agua, como lo que queda del acueducto del yacimiento de los Bañales, cerca de Uncastillo, o las presas de Muel y Almonacid de la Cuba.

Pero si hay una obra espectacular aunque poco visible es el acueducto de Albarracín-Gea-Cella. Una infraestructura de unos 25 kilómetros de longitud que cogía las aguas del río Guadalaviar y las transportaba sobre todo por una serie de galerías subterráneas a lo largo de kilómetros y que nos dan muestra de la tremenda pericia que la civilización romana alcanzó en la ingeniería así como lo importante que ya era el agua y su gestión hace 2.000 años.