Los primeros años del reinado de Isabel I en Castilla no fueron fáciles y la acción de gobierno se centró en asentar su poder y sus derechos al trono, los cuales buena parte de la nobleza castellana negaba pues apoyaba a Juana la Beltraneja, la única hija que había tenido el rey Enrique IV. Sin embargo, tras la muerte del monarca en Madrid el 12 de diciembre de 1474, Isabel decidió proclamarse reina de Castilla en Segovia en virtud de los Pactos de los Toros de Guisando, que había alcanzado años atrás con su hermanastro Enrique y que la ponían a ella al frente de la línea de sucesión.

Concordia de Segovia, conservada en el Archivo General de Simancas. SERGIO Martínez Gil HISTORIADOR Y CO-DIRECTOR DE HISTORIA DE ARAGÓN

Isabel se proclamó rápidamente para dejar claro que era ella la que debía ser la reina, aunque muchos de sus consejeros le recomendaron que esperara a que su marido Fernando, por entonces rey de Sicilia y príncipe heredero de Aragón, regresara a Castilla. Isabel hizo caso omiso, y tras ser proclamada envió un bando a todas las ciudades castellanas que tenían representación en las Cortes para anunciar así su subida al trono, pero dicho documento y siguiendo la legalidad castellana dejaba a Fernando un mero papel de rey consorte, es decir, que no tenía ningún poder real en Castilla. Por supuesto esto a Fernando no le sentó precisamente bien y regresó rápidamente a Castilla para reclamar su papel como varón y como rey, algo que algunos nobles interesados en mermar el poder de la monarquía intentaron utilizar para provocar un grave conflicto en el matrimonio entre Isabel y Fernando.

En aquella época, aunque en Castilla el poder no estaba vedado a las mujeres, por lo general se pensaba que en caso de haber varón era este el que debía gobernar y disponer de los bienes de la esposa. Por ello muchos eran también partidarios de que Fernando fuera quien gobernara realmente en el reino castellano e incluso tal fue la pretensión del aragonés. Pero Isabel no se dejó achantar de cualquier manera y se negó a ello. Además, existía también el bando que apoyaba el poder absoluto de Isabel, pues veían a Fernando como lo que era por entonces, un extranjero que en caso de lograr poder de gobierno pondría en manos de un Estado diferente como era Aragón las políticas de Castilla, o lo que era más importante para ellos, que fueran nobles aragoneses, catalanes o valencianos y no castellanos quienes fueran nombrados para los cargos y títulos de importancia.

Finalmente, y para evitar tensiones internas en el matrimonio en un momento en el que sonaban tambores de guerra con Portugal, Francia y parte de la nobleza de Castilla en la lucha por el trono, ambos decidieron negociar y establecer un documento en el que se marcaran las prerrogativas de cada uno de los dos. Así nació la Concordia de Segovia, firmada el 15 de enero del año 1475, del cual algunas de sus consecuencias directas han perdurado hasta nuestros días.

En primer lugar se eliminó la disposición que nombraba a Fernando como simple rey consorte y se le otorgó poder en igualdad de condiciones con respecto a Isabel. Se acordó que los nombramientos serían de mutuo acuerdo entre ambos monarcas, aunque en caso de estar separados ambos podían actuar por cuenta propia, al igual que juntos tendrían prerrogativas en materia fiscal y en política exterior. Por otro lado, se garantizó que los nombramientos de cargos irían destinados a los castellanos, evitando así la injerencia directa de Aragón. Se otorgaba pues así a Fernando un poder real como rey de Castilla, lo que hizo que contara con ordinal propio, siendo Fernando V mientras que en Aragón fue Fernando II. La gran salvedad era que Isabel fue reconocida como la propietaria de la corona y que esta a su muerte iría para sus hijos. Es decir, se evitaba así que en caso de morir Isabel antes, tal y como luego ocurrió, el trono lo siguiera ocupando Fernando.

Otra de las disposiciones que han traído consecuencias hasta nuestros días son el orden en el que eran nombrados. Se llegó al acuerdo de que Fernando e Isabel serían nombrados como reyes en todas las ceremonias oficiales, documentos, moneda, etc. Pero para amansar la vanidad de él como hombre sería Fernando quien apareciera antes que su esposa. A cambio, en los escudos reales siempre aparecerían en primer lugar las armas de Castilla por delante de las de Aragón. Es por ello por lo que en el escudo de los Reyes Católicos aparecía primero el emblema castellanoleonés, ocupando el cuartel de honor, algo que se sigue teniendo su eco en la actualidad en el escudo representativo de España.