La famosa serie de Televisión Española Curro Jiménez contribuyó a popularizar, más de lo que ya estaba, la imagen del bandido romántico, que robaba a los ricos pero era bueno con los más necesitados y ayudaba a los pobres. La serie difundió un tópico y una imagen de Andalucía, anquilosada tiempo atrás, como tierra de bandoleros; de tal manera que parece que todos los salteadores de caminos españoles fueran andaluces.

Sin embargo, Aragón siempre fue una tierra de cuatreros, salteadores y todo tipo de malhechores. No podía ser de otra forma, ya que siempre ha sido una zona de paso entre el norte de España, Barcelona, Francia y Madrid. Debido a esto, sus calzadas eran transitadas por toda suerte de mercancías, susceptibles de convertirse en suculentos botines. A esto se le une que hace frontera con Francia, lo que facilitaba la huida; y, por otro lado, su orografía poco poblada, con desiertos y montañas, era un escenario ideal para el bandidaje.

Ya en el siglo XVII destacan delincuentes como Bardají, un gran contrabandista de caballos que hacía de las suyas a ambos lados de la frontera; y Lupercio Latrás, que fue bandolero, acusado de hereje, espía doble en Francia e Inglaterra, oficial de los tercios en Sicilia, náufrago en varias ocasiones, caudillo de los montañeses y corsario, ahí es nada.

Aragón siempre fue tierra de cuatreros y salteadores, como zona de paso y fronteriza

Si a unas condiciones geográficas tan propensas al bandidaje les añadimos el caldo de cultivo político del siglo XIX, da como resultado una centuria llena de bandidos en Aragón. El mal reparto de la tierra y los continuos enfrentamientos (Guerra de la Independencia y Guerra Carlista), en los que Aragón solía llevarse la peor parte por ser zona de paso, generaron mucha miseria y muchos hombres expertos en el arte de la guerra. Después, llegada la paz, estas gentes tenían que subsistir de alguna manera y lo conseguían dedicándose a lo que mejor sabían hacer, al oficio de las armas; pero ya no como soldados, sino como bandidos.

Algunos de estos personajes eran apoyados por las clases bajas porque sabían que no tenían nada que apeteciera ser robado y tenían los mismos enemigos, es decir, los poderosos que explotaban a las gentes humildes. Esos caciques, enemigos de las clases populares, eran los objetivos a los que robaban, secuestraban y contra los que cometían todo tipo de tropelías estos malhechores, así que para algunos eran héroes. Todo esto ocurría también en el marco del romanticismo en el arte y en la literatura, que gusta de las historias de hombres desencantados con el mundo y situados al margen de la sociedad. Por este motivo los relatos de bandoleros como el gallurano Perico Estela y su secuaz el gordo de Ejea, que actuaban en lo que actualmente es la zona de las Cinco Villas y la Comarca de la Ribera Alta, están trufados de este romanticismo. También los del bandido cucaracha. Se solía decir de estos individuos que no habían cometido delitos de sangre o que robaban a los ricos y ayudaban a los pobres, etc. Es algo muy repetido y que no hay que creerse.

Las peripecias del personaje han sido llevadas a la gran pantalla.

Las peripecias del personaje han sido llevadas a la gran pantalla. EL PERIÓDICO

Llegamos así a la historia de Mariano Gavín Suñén, nacido en la localidad de Alcubierre, en los Monegros oscenses, en el año 1838, más conocido como el bandido cucaracha. Su arco de actuación fue la Sierra de Alcubierre, aunque llegó incluso hasta la misma ribera del Ebro dedicándose a asaltar, secuestrar, robar y extorsionar.

Siempre salía airoso ante las persecuciones de la casi recién instaurada Guardia Civil, así que se acuñó la expresión por esos lares de ser más vivo que el Cucaracha. Lo cierto es que la mayor parte de lo que conocemos de él es fruto de cancioneros y anécdotas populares. Su vida real es difícil de reconstruir.

Se dice que de no haber sido por el engaño de Manuel Maza, que envenenó su vino, no le habrían capturado

Entre las anécdotas más célebres están la de aquel niño al que se encontró por un camino en Castejón y al que le preguntó si tenía dinero. El infante, sin saber con quién estaba hablando, le respondió que su madre solo le dejaba llevar tres pesetas porque el Cucaracha se las robaría si llevaba más. Ante esta inocente confesión, nuestro protagonista airadamente respondió: «dile a la puta de tu madre que Cucaracha no roba a los pobres», a la vez que dio unas monedas al pobre muchacho. Ya perdonarán los lectores por el exabrupto.

Su muerte también fue pintoresca. Al parecer, el 28 de febrero de 1875 fue sorprendido por la Guardia Civil y abatido a tiros, junto a sus compañeros, cuando se encontraba descansando en una paridera de Lanaja. La vox populi decía que de no haber sido por el engaño de Manuel Maza Lacasa, que envenenó el vino que ofreció a los bandoleros, las autoridades no habrían tenido éxito en su captura.

Como colofón macabro del artículo, cabría señalar que sus cadáveres fueron expuestos en la plaza pública del pueblo para que sirvieran de ejemplo a los lugareños de lo que les acababa pasando a quienes infringían la ley.