El Periódico de Aragón

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La conquista de Tarazona

El 6 de abril de 1119 Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y Pamplona desde 1104, conquistó la capital del Moncayo

Catedral de Santa María de la Huerta de Tarazona

Fue uno de los monarcas aragoneses más destacados. En un corto período de tiempo despojó a los musulmanes de una gran parte de su territorio. Estamos hablando, nada más y nada menos, que de veinticinco mil kilómetros cuadrados. Por el oeste llegó a ocupar un basto territorio que incluía Tudela y Madrid (de su época como rey de León por su matrimonio con la reina Urraca), que por aquel entonces era un pequeño villorrio. Por el este tomó un espacio que iba desde Sariñena a Morella. Y sus límites meridionales fueron Molina de Aragón, Singra, Cella, Aliaga y Gúdar. Fue el Batallador el responsable de que Aragón accediera al control del valle medio del Ebro, donde se encontraban importantísimas urbes como Zaragoza, Tudela, Tarazona, Borja y Épila; y a las cuencas fluviales del Jalón y Jiloca, engalanadas por las majestuosas Calatayud y Daroca.

Alfonso desistió de conquistar Lérida por la presión del conde de Barcelona, Ramón Berenguer III. Soñaba con llegar a la desembocadura del Ebro y también con instaurar un reino cristiano al sur de al-Andalus, sueños quiméricos que no pudo hacer realidad. No obstante, para conseguir tales objetivos hizo sus correrías por tierras levantinas y andaluzas y aunque no pudo instaurar un reino cristiano en Granada, regresó con miles de mozárabes, cristianos que vivían en al-Andalus, que asentó en las tierras recientemente conquistadas. Alfonso I, que hoy en día sería tildado de fanático religioso, concebía la guerra contra el musulmán como una cruzada contra el infiel, como una guerra santa, de ahí su empeño en la lucha. Pero no quiero detenerme más en hablar de Alfonso I, ya que toca hablar de la conquista que realizó de la ciudad de Tarazona.

Si se me permite retrotraerme en el tiempo unos cuantos siglos, Tarazona, antigua Turiaso, fue una de las pocas ciudades que sobrevivió al abandono de la vida urbana que se dio a finales del Imperio romano. Fue desde el siglo V d.C. sede de una diócesis, y en época visigoda fue una de las más importantes fortalezas que frenaban el avance de los vascones. Ya en época musulmana existía una mozarabía (barrio de mozárabes) de grandes dimensiones hasta su traslado a Tudela en el siglo IX. Esto quiere decir que Tarazona siempre fue un enclave de gran importancia.

El Batallador se adueñó de la ciudad sirviéndose de un amplio contingente de aragoneses y cruzados franceses que sirvieron en la empresa emprendida tras la conquista de Zaragoza, lograda el 18 de diciembre del año 1118, y encaminada a la conquista del curso medio del Ebro, el Moncayo y el Bajo Aragón. En pago por sus sobresalientes prestaciones en la batalla, el conde gascón Céntulo II de Bigorra y de Lourdes fue recompensado con notables privilegios en este municipio y con la mitad de la ciudad. Tanto él como su hermano, el vizconde Gaston IV de Bearn, fueron determinantes en la ocupación de Jerusalén y más tarde de Zaragoza. Céntulo II fue sucedido en su señorío por su yerno Pierre de Marsan. Por otro lado, Tarazona volvió a ostentar el rango de sede episcopal después de 405 años de dominio musulman.

Tarazona no fue más que un ejemplo de lo que ocurría en el resto de los territorios conquistados. De repente el reino de Aragón se vio con gran cantidad de nuevas tierras pero, ¿de qué servían sin gente para trabajarlas? Había que atraer a nuevos pobladores. Por eso se concedieron señoríos a todas las órdenes militares y a los nobles que participaron en las conquistas, como en el caso de Céntulo II, además de tierras y fueros para atraer a nuevos campesinos. Aragón en estos momentos se convirtió en la «América» de la época, tierra de sueños, de tierras gratuitas y de libertades. A Tarazona le tocó ser cedida en su mayor parte a uno de estos nobles que participó en las conquistas.

El bravo Batallador, como no tenía descendencia, dejó en su testamento los reinos de Aragón y de Pamplona a las órdenes militares. A su muerte, los nobles de Aragón no aceptaron tal disparate y nombraron rey a su hermano menor, Ramiro II, quien por entonces era obispo de Roda. Pero hubo un período de caos que aprovecharon los almorávides para recuperar algunas plazas. Navarra buscó un nuevo rey y se desligó de la Casa de Aragón, y Alfonso VII de León aprovechó para ocupar algunas ciudades aragonesas, entre ellas Tarazona.

Pocos años después el reino de Aragón recuperó gran parte de los territorios perdidos, entre ellos Tarazona, que se convirtió en un lugar estratégico, baluarte fronterizo entre Navarra, Aragón y León. En los años posteriores la urbe se llenó de repobladores, hasta el punto de que se ocuparon zonas que no habían sido ocupadas desde tiempos de los romanos, donde a mediados de este mismo siglo se construyó una nueva catedral, cuya visita es muy recomendable y que ha estado cerrada al público por trabajos de restauración durante mucho tiempo. Tarazona siempre fue una gran ciudad pero fue Alfonso I, quien con sus privilegios y situándola como enclave estratégico fronterizo la convirtió en una de las ciudades más pujantes del reino.

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