La segunda mitad del siglo XIX y los inicios del XX fueron realmente prolíficos en Aragón en lo que se refiere a figuras ligadas al mundo del arte de una u otra manera. En esta sección hemos ido repasando en los últimos meses historias como las de los pintores Francisco Pradilla, de cuyo fallecimiento se ha conmemorado el primer centenario, Marcelino Unceta, Mariano Barbasán, o del magnífico escultor Ponciano Ponzano, que por cierto fue amigo del protagonista de hoy.

Anselmo Gascón de Gotor nació un 21 de abril de 1865 en la capital aragonesa, lugar en el que realizó buena parte de su formación artística en el seno de la Escuela de Bellas Artes para pasar más tarde a la de Madrid gracias a la pensión que le otorgaron tanto el Círculo Mercantil como el Ayuntamiento de Zaragoza para premiar sus ya excelentes dotes profesionales. En su etapa formativa en la capital de España contó además con el favor de uno de sus profesores, el ya mencionado Marcelino Unceta, lo que llevó a Anselmo a comenzar a especializarse tanto en la pintura histórica como en la costumbrista además de destacar como retratista.

Participó en la célebre Exposición Aragonesa celebrada en el año 1885 en Zaragoza y que tuvo su sede en lo que iba a ser el matadero municipal diseñado por el arquitecto Ricardo Magdalena y del que hoy seguimos disfrutando como centro cultural en la calle Miguel Servet. En dicha exposición logró la medalla de bronce por su trabajo, mientras que una década más tarde también logró la mención de honor en la Nacional de Bellas Artes de 1895 con su obra Joven aragonesa. Pero sin duda, si una obra le hizo famoso en el mundo del retrato fue el que le hizo a un joven rey Alfonso XIII en el año 1908 y que hoy podemos disfrutar en el Museo de Huesca.

Pero además de su obra pictórica, Gascón de Gotor destaca, como he comentado al principio del artículo, en otras dos facetas: su labor como investigador y su especial relación con la maravillosa Torre Nueva de Zaragoza. En cuanto a su trabajo investigador fue redactor e ilustrador en diversas publicaciones periodísticas como Blanco y Negro, Museum, La Ilustración Española y Americana y La Esfera, además de llegar a dirigir el Diario de Huesca y la revista España Ilustrada. Publicó junto a su hermano, el sacerdote Pedro Gascón de Gotor, una magnífica obra en dos tomos llamada Zaragoza artística, monumental e histórica, que sin duda es imperdible para todo amante del arte además de para nostálgicos de una Zaragoza que en buena medida ya no existe, especialmente por la especulación inmobiliaria o por las decisiones caciquiles. Y aquí es donde entra uno de los episodios más tristes de la capital aragonesa: el derribo de lo que Anselmo Gascón de Gotor denominó como «la más bella torre mudéjar».

Gascón de Gotor

Gascón de Gotor Museo de Huesca

La Torre Nueva de Zaragoza fue levantada en la plaza de San Felipe entre los años 1504 y 1512 por orden del concejo de una ciudad que comenzaba a mostrar un fuerte poderío y esplendor económico que le valió apelativos como el de Zaragoza la harta o la Florencia de España. Y es que en los siglos XV y XVI se construyeron o reformaron numerosos palacios tanto de la nobleza como de esa burguesía mercantil que despuntaba con casos como el de Gabriel Zaporta, de cuyo palacio sobrevive el maravilloso Patio de la Infanta. Pero también, durante la primera mitad del siglo XVI, se amplió la Seo hasta el tamaño que vemos hoy en día dispuesta en cinco naves o se construyó la Lona de mercaderes.

Pero si una construcción destacaba por sus dimensiones fue esa torre de estilo mudéjar que tenía como misión el albergar el reloj público y campanario que regulasen los horarios de la vida pública, y que fue diseñado por los maestros cristianos Gabriel Gombao y los hermanos Antón y Juan de Sariñena, así como los maestros mudéjares Juce Galí, Monferriz e Ismael Allabar. Durante casi cuatro siglos marcó las horas de los zaragozanos o sirvió como torre de vigía durante los Sitios en la Guerra de la Independencia, convirtiéndose en todo un símbolo de la ciudad, especialmente por la inclinación que llegó a tomar de casi 3 metros respecto a la vertical al poco tiempo de ser construida.

La inclinación de la torre la utilizó uno de los ricos comerciantes que vivían en su palacete de la plaza San Felipe para hacer correr la historia de que la torre amenazaba ruina y que por lo tanto había que derribarla de inmediato

Fue precisamente esa inclinación la que utilizó uno de los ricos comerciantes que vivían en su palacete de la plaza San Felipe para hacer correr la historia de que la torre amenazaba ruina y que por lo tanto había que derribarla de inmediato. Sus contactos con el Ayuntamiento de Zaragoza del momento lograron sacar adelante este crimen artístico que se produjo entre los años 1892 y 1893 a pesar de la enorme labor que los hermanos Gascón de Gotor y otros muchos intelectuales de la ciudad, además de parte de los zaragozanos, realizaron para intentar evitarlo. Lo llamaron «el torricidio» y «el mayor crimen artístico cometido en España». El derribo, que duró todo un año, y la venta de los materiales, especialmente de los ladrillos para obra nueva, demostraron que la decisión fue una cacicada y que el edificio no corría peligro alguno de derrumbe. Anselmo Gascón de Gotor también mantuvo una estrecha relación con la ciudad de Huesca, donde se convirtió en profesor de dibujo en el Instituto de Segunda Enseñanza, falleciendo en la capital oscense un 21 de agosto de 1927.