El Periódico de Aragón

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El fin de la Taifa de Saraqusta

En mayo del año 1110, una revuelta derrocó a Abd al-Malik imad ad-Dawla, último rey de la taifa de Zaragoza

Estancias de la Aljafería, espacio de encuentro de intelectuales.

La conquista de la ciudad de Saraqusta o Zaragoza, como la llamamos en la actualidad, por parte de los ejércitos cristianos de Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y de Pamplona, en diciembre del año 1118, a veces se coloca como el final de la otrora poderosa taifa zaragozana. Pero lo cierto es que lo que acabó fue el dominio islámico de la plaza pero no así la historia del reino islámico, pues este vio su fin unos años antes, a finales del mes de mayo del 1110 a manos de sus correligionarios del Imperio almorávide. Pero vayamos por partes para llegar hasta ese punto de esta historia.

Zaragoza había sido la capital de la llamada Marca Superior, la zona fronteriza con el cristianismo situada más al norte del Emirato y luego Califato de Córdoba, y la región que estaba más lejana a ese poder cordobés. Eso la hizo ser siempre una región que funcionó con una autonomía especial que de vez en cuando cruzaba la línea y se convertía en rebeldía. Castillos que todavía hoy se conservan como el de Cadrete son testigos de esos episodios de rebeldía, pues esa formidable fortaleza fue levantada por orden del califa Abd al-Rahman III para someter y luego controlar a la capital zaragozana en la década del 930.

Pero ya durante el primer tercio del siglo XI el Califato de Córdoba empezó a desmoronarse y aparecieron los primeros reinos de taifa (para el que no lo sepa taifa significa bando o facción en árabe). Uno de los más tempraneros en aparecer fue precisamente el de Zaragoza, aunque no será el único en tierras del actual Aragón, pues también surgió el fascinante y pequeño reino de Albarracín. Zaragoza comenzó su andadura independiente entorno al año 1018 en manos de la dinastía de los tuyibíes, quienes se convirtieron en reyes hasta el destronamiento en el año 1038 de Abd Allah ibn Hakam, cuarto monarca de esta dinastía. Es aquí cuando entra en juego la dinastía de los hudíes o banú Húd, quienes ostentaron el poder entre ese año y el 1110, y que abarca la edad dorada de este reino en todos los sentidos.

Palacio de la Aljafería.

En lo artístico todavía se conserva una de sus joyas, como es el palacio real de la Aljafería de Zaragoza, muestra del esplendor de los hudíes y de un reino que con el rey al-Muqtádir llegó a dominar políticamente todo el valle medio del Ebro y en algunos momentos la costa levantina de la península ibérica, desde Tortosa hasta Denia. Mientras tanto, en el apartado cultural Zaragoza fue uno de los focos más importantes e influyentes de toda Europa, tanto cristiana como musulmana, atrayendo a la corte saraqustí a grandes e influyentes pensadores.

Pero las presiones externas que recibía la taifa de Zaragoza eran enormes, tanto de sus rivales cristianos como musulmanes, lo que la fue debilitando con el paso del tiempo, especialmente con las campañas militares que impulsó el rey Sancho Ramírez de Aragón. Mientras, el debilitamiento generalizado de al-Andalus desde el colapso del Califato de Córdoba coincidió con una etapa de crecimiento de los reinos cristianos hasta el punto de que en el año 1085 el rey Alfonso VI de León conquistó la ciudad de Toledo. El pánico corrió en las cortes del resto de taifas, por lo que algunas de ellas hicieron un llamamiento de ayuda al gran imperio islámico que estaba surgiendo en aquellos años en el norte de África: los almorávides. Estos llegaron en su ayuda al año siguiente y lograron grandes victorias contra los ejércitos leoneses, lo que provocó a su vez el pánico entre los cristianos. Mientras, los almorávides no pensaban marcharse una vez que habían llegado, y como pensaban que los reyes de las diferentes taifas no eran dignos de gobernar y que sus relucientes y ricas cortes sólo les habían debilitado, deciden incorporar a su imperio casi toda al-Andalus. Toda salvo taifas como las de Albarracín y Zaragoza, a quienes los almorávides veían como dignas pues sí que mantenían su lucha contra el infiel.

Alfonso I, que conquistó Zaragoza para los cristianos. ANGEL DE CASTRO

Al menos así fue al principio. Pero la debilidad creciente de la taifa zaragozana, especialmente tras la conquista aragonesa de Huesca en el año 1096, fue cambiando las tornas. La inseguridad y la decadencia de la taifa zaragozana iban creciendo hasta que en el año 1110 murió el rey al-Mustaín II sucediéndole en el trono Abd al-Malik imad adDawla, quien fue destronado apenas unos días después por los zaragozanos, quienes buscaban el liderazgo del Imperio almorávide en busca de una mayor protección frente al avance cristiano. Así fue el triste final de una de las taifas más poderosas de al-Andalus y, sobre todo, uno de los grandes focos culturales de la Europa del siglo XI.

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