El Periódico de Aragón

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La escaramuza de Figueruelas

José de Palafox, por Francisco de Goya

Desde que el 24 de mayo de 1808 la ciudad de Zaragoza se hubiera levantado en armas, depuesto hasta el entonces capitán general de Aragón, Jorge Juan Guillelmi, y puesto en su lugar a José de Palafox, todo fueron urgencias. Se sabía que cuando las noticias del levantamiento en armas de la capital aragonesa, a la que le siguieron otras muchas localidades por todo Aragón, llegaran a las autoridades napoleónicas, estas enviarían tropas para controlar la ciudad. Las gentes enfervorecidas se disponían a resistir ante un ejército que ya había sometido a más de media Europa por entonces, y eso a pesar de que Aragón no contaba con un ejército propio y que apenas contaba con algo más de un millar de soldados profesionales diseminados en guarniciones por todo el territorio.

Palafox tuvo que intentar levantar un ejército de la nada a toda prisa realizando levas en masa, pero después además había que uniformarlas, armarlas y darles formación militar, algo literalmente imposible en apenas unos días. También tuvo que intentar legitimar su llegada a la capitanía general, pues había sido impuesto por el levantamiento popular y él, como hijo de nobles que era, tampoco podía permitir que su puesto y autoridad dependieran de una sublevación popular. Por eso orquestó la celebración de las hacía más de un siglo extintas Cortes de Aragón con las que aceptó el cargo para después aprestarse a la defensa de la ciudad y del territorio aragonés. Una ciudad considerada militarmente como abierta, pues no contaba ni con una guarnición militar importante ni tampoco con fortificaciones más allá de unas simples tapias que apenas servían para controlar los pasos aduaneros y el comercio.

En esos momentos no se sabía desde dónde vendrían las tropas francesas, si desde Pamplona, Madrid, Cataluña o desde la propia Francia a través de los Pirineos, por lo que se trató de animar a otras ciudades a que se levantaran e intentar mantenerse así Aragón como territorio libre de soldados napoleónicos, como así hizo Tudela. Pero entonces llegó la noticia de la salida del general Lefebvre de Pamplona al mando de algo más de 5.000 hombres entre infantería y caballería. El pánico se adueñó de Tudela, saliendo en tropel muchos de sus habitantes en dirección hacia Zaragoza. Muchas veces se habla de lo dañina que fue la lucha y resistencia de Zaragoza que la dejó tan maltrecha durante los dos asedios a los que fue sometida, achacándose que además se hacía por apoyar a un rey tirano y felón como Fernando VII de Borbón. Pero esa era muchas veces la excusa, y buena parte de la gente luchaba por sus propias familias, sus casas y sus haciendas, ya que habían escuchado rumores de saqueos, violaciones, incendios y otras muchas barbaridades cometidas por los soldados de Napoleón, fueran ciertas o no.

El 6 de junio salió de la capital aragonesa el marqués de Lazán con 2.000 hombres para unirse a la defensa de Tudela, con la que formaron una fuerza de unos 5.000 hombres, aunque la mayoría de ellos provenían de las levas aragonesas y apenas sabían sostener y manejar los complejos e imprecisos fusiles de la época. El 8 de junio asomaron en la ciudad navarra los soldados imperiales al mando de Lefebvre, que gracias a su superioridad como soldados profesionales enseguida superaron la resistencia española, cayendo Tudela en manos francesas.

Las fuerzas de Lazán se reorganizaron en Alagón, y con nuevos refuerzos provenientes de Zaragoza volvieron a intentar frenar el avance galo cuando llegó la noticia del avance de este hacia Mallén. A las puertas de esta localidad se volvió a iniciar la refriega, pero la inexperiencia en el combate de la mayoría de las tropas aragonesas volvió a jugarles una mala y trágica pasada, pues enseguida se batieron en retirada y cuyo desorden aprovecharon los franceses y las tropas polacas que les acompañaban para cometer una auténtica carnicería. La noticia llegó a Zaragoza en la noche del 13 de junio, ante la cual José de Palafox hizo tocar las campanas de la ciudad a rebato y ordenó reunirse a los vecinos alistados en los días anteriores, reuniendo una fuerza de más de 7.000 hombres que salió junto al capitán general en mitad de la madrugada en dirección a Alagón para volver a intentar frenar una vez más el avance napoleónico. El ejército aragonés llegó a la localidad donde recibió refuerzos y siguió avanzando con algo más de 8.000 efectivos hasta situarse cerca de la localidad de Figueruelas en la mañana del 14 de junio de 1808, pensando que con esfuerzo y una moral alta serían capaces de vencer, y más acompañados de su capitán general, un José de Palafox que afrontaba la primera batalla de su vida. Pero la realidad volvió a imponerse y una nueva derrota se cernió sobre la tropa aragonesa, que acabó una vez más en desbandada. La llegada de los derrotados combatientes a Zaragoza al finalizar el 14 de junio cayó como un jarro de agua fría. Parecía que la ciudad estaba sentenciada, pero finalmente acabaría por asombrar al mundo por su inesperada resistencia.

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