El Periódico de Aragón

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El misterioso santuario de Peñalba de Villastar

En 1910, Juan Cabré la denominó 'montaña escrita de Peñalba de Villastar', por haber encontrado allí más de 40 inscripciones antiguas

Santuario de Peñalba de Villastar (Teruel).

ENIOROSEI/ UTA TIGINO TIATUMEI/ TRECAIAS TOLUGUEI/ ARAIANOM/ ENIOROSEI EQUOISUIQUE/ OGRIS OIOCAS TO GIAS SISTAT LUGUEI TIASO/ TOGIAS.

No, no se trata de un trabalenguas, tampoco de un sortilegio mágico o de un texto en lengua élfica.  

Perdonen los lectores esta pequeña travesura pero no me he podido resistir a reproducir íntegramente la inscripción principal de la montaña escrita de Peñalba de Villastar, como la bautizó su descubridor, el gran calaceitano Juan Cabré, en el año 1910. Con este bonito enunciado el investigador aragonés designaba a un gran farallón de roca caliza situado a unos 1.000 metros de altitud, en la localidad turolense de Villastar, donde se han encontrado más de cuarenta inscripciones antiguas. Esta fuera de toda duda que era un santuario de época de celtíberos y romanos, una de las pocas certezas que tenemos del conjunto, por el que han desfilado a lo largo del siglo XX importantes académicos, en las últimas décadas investigadores tan brillantes y reputados como Francisco Marco Simón, Carlos Jordán, Francisco Beltrán Lloris y Silvia Alfayé. Todos ellos se han devanado los sesos para descubrir los secretos del yacimiento, con no pocos obstáculos: el arranque, rapiña y pérdida de algunas de las inscripciones; la ausencia de excavaciones en los alrededores; la erosión natural que ha borrado o deteriorado los escritos; y las marcas vandálicas posteriores, algunas muy recientes, de gentes que han querido dejar su inoportuno sello en el lugar.

Vigas de madera

Hay zonas del farallón donde se han encontrado una mayor concentración de inscripciones y, en algunas de estas ubicaciones tenemos oquedades que puede que correspondieran a vigas de madera que sostuvieran una modesta techumbre, formando una especie de «capilla». En base a esto, Silvia Alfayé cree que habría dos tipos de peregrinaciones: la que atraía a gentes de lugares lejanos hasta esta emblemática montaña y la que, una vez allí, recorría todo el farallón, parando en los lugares de una mayor significación, donde se concentraban las inscripciones. Es muy probable que hubiera una narratología mitológica, que se ha perdido, que motivara que algunos puntos tuvieran una especial atención.

Al borde del precipicio se han encontrado agujeros que puede que sirvieran para hacer ofrendas a los dioses, como puedan ser leche, miel o la sangre de algún animal.

Al borde del precipicio se han encontrado agujeros que puede que sirvieran para hacer ofrendas a los dioses

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Más problemáticas son las inscripciones. Se utilizaron en el complejo dos alfabetos: el paleohispánico y el latino, que es el que usaban los romanos y también nosotros. Y coexisten tres lenguas en el yacimiento: el ibérico, el celtíbero y el latín. La mayoría de las inscripciones son en lengua celtíbera, escritas con alfabeto latino. El tipo de grafía, independientemente del alfabeto que utilicen, no presenta ninguna dificultad para su lectura porque sabemos interpretar cada uno de esos signos. Ahora bien, poder leer un texto en inglés no te hace comprender el contenido del escrito. Para ello tendrías que saber hablar inglés. Lo mismo ocurre con estas inscripciones. El significado de los epígrafes ibéricos es casi una completa incógnita. El de los celtíberos podemos intuirlo gracias a la supervivencia hasta la actualidad de otras lenguas célticas como el gaélico en Irlanda. Es como si intentáramos descifrar el latín a través del castellano actual. Los únicos que podemos resolver con claridad son los escritos en lengua latina. A veces hay un texto y el desconcierto es tal que no sabemos si esas líneas pertenecen a una sola inscripción, donde empieza y acaba un epígrafe y comienza el siguiente. Un ejemplo de todo esto es la inscripción de la cabecera. Generalmente se ha pensado que era una inscripción que hablaba del dios celta Lugus y que, por lo tanto, Peñalba de Villastar era un santuario dedicado a esa divinidad. Pero Carlos Jordán, donde pone Luguei no lee Lugus, sino «juramento», y piensa que los Eniorosei, Tigino y Tiatumei, mencionados en la inscripción, son nombres de dioses. Así que, ya no sería un santuario dedicado a Lugus, sino a un conjunto de divinidades locales.

Diferentes lenguas y alfabetos

Por el tipo de grafía y por esta coexistencia de diferentes lenguas y alfabetos pensamos que estas inscripciones datan del siglo I a.C. al I d.C., momento de la romanización y de contactos e intercambios entre las diferentes culturas del lugar. Sin embargo, los celtíberos adoptan la costumbre de escribir por contacto con Roma, por lo que puede que visitaran el santuario muchos siglos antes de la presencia romana, aunque no empezaran a inscribir en él hasta el siglo I a.C. Los grafitos de Peñalba suelen ser figuras geométricas, animales o formas humanas con rasgos animalísticos que no sabemos muy bien qué significan ni si guardan relación con las inscripciones que aparecen al lado. Además son más difíciles de fechar que las inscripciones y confundibles con grabados de épocas posteriores.

Por último, puede que fuera un santuario de frontera entre celtíberos e íberos, o quizás de todos los celtíberos. Lo que parece estar claro es que tenía mucha importancia. Como pueden ver, muchas son las preguntas y pocas las respuestas de este enclave turolense.

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