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El fin del Portugal de los Felipes

El 1 de diciembre del año 1640 el reino de Portugal rompía la unidad ibérica.

Imagen Coronación de Juan IV el Restaurador, por Veloso Salgado, 1908

Imagen Coronación de Juan IV el Restaurador, por Veloso Salgado, 1908

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

Desde que en la Antigüedad, y después de no pocas luchas, los romanos llegaran a establecer cierta «unidad» administrativa de la península ibérica o de Hispania, como ellos la bautizaron, esta se convirtió en una especie de anhelo para muchos soberanos, y especialmente para los monarcas de Castilla. Ahí están, como ejemplo, los intentos de las élites visigodas de que su reino ocupara toda esa vieja Hispania romana sometiendo al reino de los suevos, expulsando a los bizantinos que lograron establecer su dominio en algunas partes del litoral sur, o de tratar de imponer su autoridad a los siempre díscolos vascones. Nos podemos ir también al año 1085, cuando tras la conquista de la ciudad de Toledo a los musulmanes por parte de Alfonso VI de León, este decidió asumir un título de nueva creación. El de imperator totius hispaniae. Un título del que, por cierto, trataría de adueñarse unos años más tarde Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y de Pamplona. 

Fue precisamente una de las hijas de ese Alfonso VI de León, la infanta Teresa Alfónsez, que había sido casada con Enrique de Borgoña, la que recibió como dote nupcial el hasta entonces condado de Portugal. En los años siguientes, aprovechando la situación de crisis militar que existía por la invasión de la península por parte del Imperio almorávide, Teresa y Enrique comenzaron a gobernar sus dominios de forma cada vez más independiente desde su corte en la ciudad de Coímbra, hasta tal punto que su hijo Alfonso se convirtió en el primer rey de un Portugal totalmente independiente del reino leonés.

Por supuesto hubo varios e infructuosos intentos para volver a someter al antiguo condado portugués, que desde mediados del siglo XII se convirtió en una nueva entidad política que inició sus conquistas hacia el sur contra los musulmanes, hasta completar su propia «reconquista» llegando hasta el Algarve en el año 1249. Pero la idea de una península ibérica totalmente unida nunca llegó a desaparecer del todo. Y hubo un niño nacido en la ciudad de Zaragoza que pudo haber llegado a conseguirlo. El 23 de agosto de 1498 nació el infante Miguel de la Paz, siendo hijo de Isabel de Aragón y del rey portugués Manuel I el Afortunado, así que por lo tanto era nieto de los Reyes Católicos. Pero la muerte de los primeros miembros de la lista de sucesores de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, hizo que el joven infante se convirtiera en 1499 en príncipe de Asturias y de Gerona. Si a esto le unimos que era el hijo primogénito del monarca luso, esto suponía que, de haber sobrevivido, Miguel se habría convertido en rey de Aragón, Castilla y Portugal, haciendo realidad esa idea de la unión ibérica. Pero el niño falleció el 20 de julio del año 1500 rompiéndose esa posibilidad.

Avanzamos un poco más en el tiempo hasta llegar a uno de los mayores desastres militares de la historia de Portugal. En el año 1578, a su joven rey Sebastián se le ocurrió realizar una campaña militar de conquista en el norte de África que acabó en una gran debacle en la Batalla de Alcazarquivir, donde incluso él mismo perdió la vida sin dejar herederos. El trono lo ocupó su tío, el hasta entonces cardenal Enrique I, que falleció apenas unos meses más tarde. Y en ese momento de crisis, el más avispado de todos fue Felipe de Habsburgo, el hijo del emperador Carlos V y desde hacía ya varias décadas rey de Castilla, de Aragón, y de uno de los imperios mundiales más poderosos de la historia.

Dados sus lazos de sangre con la monarquía portuguesa, Felipe se presentó como el mejor candidato al trono luso, el cual se aseguró gracias a los tercios comandados por el duque de Alba. Por fin, en el año 1580, se hizo realidad la unidad ibérica bajo un mismo soberano, a la que había que añadir el importante imperio portugués en varios continentes. Así se iniciaba el periodo conocido como «el Portugal de los Felipes», pues tanto Felipe II, Felipe III y Felipe IV fueron reyes de Portugal, aunque habría que restarles a todos ellos un numeral al igual que pasa, por ejemplo, en el reino de Aragón. Aquella unión fue inicialmente provechosa, e incluso se llegó a pensar en establecer la corte principal de toda la monarquía en Lisboa, al poseer un puerto excepcional y ser un gran centro de comercio mundial. Pero la crisis que se fue desarrollando tras constantes guerras ya en el siglo XVII puso en peligro los intereses coloniales lusos ante una monarquía de los Habsburgo incapaz de proteger semejante y vasto imperio.

Así, y llegados al año 1640, el 1 de diciembre de ese año la oligarquía portuguesa decidía romper la situación y elegir a su propio rey, Juan IV el Restaurador, de la casa de Braganza, aprovechando que unos meses antes los catalanes también se habían rebelado contra Felipe IV. Era el inicio del fin de una unión ibérica que había durado apenas sesenta años y que volvió a reinstaurar “La Raya”, el nombre que recibe tradicionalmente la frontera entre España y Portugal.

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