HISTORIA DE LA CIUDAD
La 'eterna' relación del solsticio de invierno y Zaragoza
Los solsticios y equinoccios, tanto de invierno como de verano, siempre han tenido un componente de misticismo, religión e incluso magia en multitud de culturas

Solsticio de invierno en la calle Mayor de Zaragoza el año pasado / JAIME GALINDO

Los solsticios y equinoccios, tanto de invierno como de verano, siempre han tenido un componente de misticismo, religión e incluso magia en multitud de culturas a lo largo de la historia. De ahí que no sea raro que se hayan utilizado estos eventos para tomar mediciones, para establecer fechas señaladas en el calendario, e incluso para la construcción de edificios y monumentos. Esto es lo que nos lleva en este 21 de diciembre a hablar del solsticio de invierno y su relación con la ciudad de Zaragoza. Pero para ello, y como se suele decir, todos los caminos llevan a Roma.
Uno de los mitos más famosos es el de la misma fundación de la ciudad eterna, el cual nos cuenta la historia de esos dos hermanos gemelos, Rómulo y Remo, que fueron abandonados en una cesta en el río Tíber. Eran hijos del dios Marte y de Rea Silvia, hija a su vez del rey Numitor de Alba Longa. Pero Amulio, hermano del monarca, lo había derrocado, y para evitar que hubiera descendientes varones que en el futuro quisieran vengarse, ordenó que su sobrina fuera ordenada como sacerdotisa de la diosa Vesta, teniendo totalmente prohibido casarse y tener hijos.
Sin embargo, el dios Marte se cruzó en su camino y de ahí nacieron ambos gemelos que, según las diferentes versiones del mito, fueron dejados en una cesta para salvarlos de la ira de Amulio, o quizás por orden de este para condenarles a una muerte segura. Pero su destino no era ese, y fueron encontrados por una loba llamada Luperca que, en lugar de devorar a los pequeños, los llevó a su cueva y los amamantó como si fueran sus propios cachorros hasta que fueron hallados por un pastor.
Años más tarde los hermanos descubrieron quiénes eran realmente, destronaron a Amulio y reinstauraron a su abuelo Numitor en el trono, quien como premio les concedió el derecho a fundar su propia ciudad. Pero ahí nacieron disputas entre ambos sobre cuál de los dos debía ser el rey y en qué colina fundar la nueva urbe, de modo que lo sometieron a los dioses venciendo finalmente Rómulo. Este dio inició al rito sagrado de la inauguratio de lo que acabaría siendo Roma, marcando gracias a un arado tirado por dos bueyes el pomerium o recinto sagrado de la Urbs. Pero su hermano Remo, que no había quedado satisfecho con su derrota, se mofó de ello, lo que supuso un ataque contra la misma Roma, y que su hermano Rómulo lo asesinara para que sirviera como ejemplo a todos aquellos que osaran ir contra su ciudad.
Fundación de Caesar Augusta
Pero más allá del mito, lo cierto es que los romanos realizaban este ceremonial de la inauguratio cuando fundaban formalmente una ciudad, incluso sobre una que ya existiera en el mismo emplazamiento desde hacía siglos. Ese fue el caso de la Colonia Caesar Augusta, que entorno al año 14 a.C. fue refundada con el estatus de colonia inmune sobre Salduie, el poblado íbero de los sedetanos que llevaba ahí desde al menos el siglo III a.C.
Una fundación que estaba ligada al asentamiento de tropas veteranas de las por entonces recientemente terminadas Guerras Astur-Cántabras (29-19 a.C.), pero también en la reordenación de la administración de las tierras hispanas, que fueron divididas en tres nuevas provincias con sus diversas capitales y centros administrativos. Entre ellas estaba Caesaraugusta, que fue establecida como capital de convento jurídico para ser una de las ciudades más importantes de toda la Hispania Tarraconense.
Y por supuesto, para realizar esa fundación, también se llevó a cabo el rito de la inauguratio, algo que se muestra incluso en las monedas acuñadas en la ceca de la ciudad con esa yunta de bueyes arando el pomerium. También había que ordenar urbanísticamente la ciudad entorno a las dos calles principales que debía tener una ciudad romana: el cardo y el decumano.
Hoy en día todavía se ve, con escasos cambios, el trazado de ambas vías, correspondiendo la calle don Jaime al cardo, y las calles Mayor, Manifestación y Espoz y Mina al decumano. Sin duda, el trazado de estas calles y las del resto de la ciudad fueron marcadas por el solsticio de invierno, algo que se ve claramente cada 21 de diciembre si la climatología lo permite al amanecer, con un sol que se alza perfectamente alineado con ese antiguo decumano romano, y que nos recuerda de manera silenciosa pero siempre presente la bimilenaria historia de la capital aragonesa.
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