Entender + con la historia
Jaime de Aragón, el príncipe que plantó a su novia en el altar para hacerse monje
En el año 1319 provocó un enorme escándalo en la corte de la Corona de Aragón que casi acaba en una guerra internacional

Al fondo, tumba de Jaime II en el Panteón Real del Monasterio de Santes Creus.

Imaginemos ahora mismo una ficción, ya sea una novela, una serie televisiva o una película. En ella, el protagonista es un joven que por su posición de nacimiento está destinado a convertirse en rey de una de las monarquías más importantes del Mediterráneo. Pero llega el día de su boda, con toda la corte presente, y en el último momento decide dar la espantada, huir, y acaba renunciando a su futuro como rey para convertirse en monje.
Dicho así, parece la típica historia de cualquier película de un sábado por la tarde nada más terminar las noticias y que te ayuda a amodorrarte en el sofá. Pero no es así. Es una historia real que sacudió los cimientos de la Corona de Aragón y que a punto estuvo de provocar una guerra internacional. Y es que como se suele decir, la realidad supera a la ficción. Para adentrarnos en esta historia nos tenemos que ir a las primeras décadas del siglo XIV.
La Corona de Aragón era respetada en el Mediterráneo, especialmente gracias a las campañas internacionales que la había enfrentado en los últimos años del siglo anterior a Francia, Túnez, al papado, logrando una fuerte influencia en la península itálica y en las rutas comerciales mediterráneas.
Reinaba Jaime II desde el año 1291, uno de los soberanos más importantes de toda la historia de la Corona e injustamente poco conocido. Un monarca que continuó con las ambiciosas políticas expansivas, así como desarrolló la retórica del poder real añadiendo un toque imperial trayendo las ideas que había visto a los Hohenstaufen en tierras italianas en su juventud.
De su segundo matrimonio, el cual fue con Blanca de Anjou, nació en el año 1296 su heredero, el infante Jaime, que de haber asumido el trono cuando le tocaba se habría convertido en Jaime III de Aragón. Pero no fue así, ya que el joven príncipe tenía otros planes que, sin duda, no dejaron indiferente a nadie. El infante fue creciendo y, tal y como era tradicional en la monarquía aragonesa, comenzó muy pronto a bregarse en los asuntos de gobierno para poder así prepararse para la gran responsabilidad que se le vendría más tarde encima. Así, la documentación conservada de la época nos cuenta que su padre estaba allá por el año 1313 bien orgulloso de cómo su hijo se estaba desempeñando como procurador general de la Corona de Aragón.
Un puesto de gran relevancia con el que, entre otras atribuciones, debía administrar en nombre del soberano. Pero eso fue cambiando con el paso del tiempo. Si avanzamos unos cuantos años más hacia delante, en 1318, las fuentes nos cuentan que un día el rey Jaime, avisado ya de ciertos comportamientos un tanto extraños de su hijo, decidió realizar una inspección en los aposentos de este encontrando escondido entre sus pertenencias un hábito de monje, lo que parece que puso sobre aviso al monarca.
Ante situaciones como esta, y que el infante Jaime ya iba teniendo una edad, su padre decidió acelerar esa cuestión de Estado que era el matrimonio de un futuro soberano. No solo para que tuviera descendencia y tratar de asegurar la pervivencia del linaje familiar, sino también para planear una boda que sirviera para los planes políticos de la monarquía. Por ello se acordó la boda entre Jaime y Leonor, hija del rey Fernando IV de Castilla.
Una boda así buscaba reconducir las maltrechas relaciones entre ambas coronas, pues no hacía tanto Jaime II había arrebatado a Castilla todas las tierras de Alicante e incluso llegó a preparar una alianza para intentar separar a Castilla y a León. Aceptado el enlace, este estaba previsto que se produjera en la localidad tarraconense de Gandesa el 5 de octubre del año 1319. Pero ese día se produjo algo totalmente inusual.
Con toda la corte presente para el que iba a ser la gran boda de aquellos años, y también ante los representantes castellanos, el infante Jaime decidió huir y plantar a la novia en el altar. El escándalo fue mayúsculo y a punto estuvo de provocar el estallido de una guerra entre Aragón y Castilla, aunque finalmente el rey Jaime consiguió esquivarla y poder dedicarse a seguir preparando la futura conquista de Cerdeña.
Al final, el infante Jaime declaró su disposición a ingresar como monje en la Orden de San Juan de Jerusalén, por lo que se le hizo renunciar a sus derechos al trono aragonés que acabaron en manos de su hermano pequeño, el futuro rey Alfonso IV el Benigno. Jaime ingresó el 22 de diciembre de ese mismo año en el Convento de San Francisco de Tarragona.
Poco se sabe más de él a partir de entonces, más allá de algún posible intento de revertir su renuncia al trono, así como su abandono del hábito sanjuanista en 1320 para ingresar en la Orden de Santa María de Montesa, recientemente creada para sustituir a los templarios tras su disolución. El príncipe que renunció a ser rey falleció hacia el año 1334, mientras que la que iba a ser su esposa, Leonor de Castilla, acabó casándose con su hermano Alfonso. Pero de eso ya hablamos otro día.
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