Entender+ con la historia

La gran alianza entre un monarca aragonés y el Papa que cambió la historia para siempre

La entente que forjaron el rey Sancho Ramírez de Aragón y el Papado fue clave en la historia peninsular

Monasterio de San Juan de la Peña, puerta de entrada al rito romano.

Monasterio de San Juan de la Peña, puerta de entrada al rito romano. / El Periódico de Aragón

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

Sancho Ramírez fue, con todas las de la ley, el auténtico fundador del reino de Aragón e incluso su primer rey. O al menos fue el primer soberano que pudo ostentar el título real estando seguro de que nadie pudiera decirle nada al respecto. «Pero Sergio, si su padre Ramiro I fue el primer monarca aragonés», me podéis decir. Pero en este punto hay que contestar que sí, pero a la vez no. ¿Cómo explicar este galimatías histórico? Recordemos que los dominios de lo que era toda la zona del Pirineo central y que correspondían a los antiguos condados de origen carolingio de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, pertenecían a la monarquía pamplonesa en el primer tercio del siglo XI, y más concretamente al rey Sancho III el Mayor.

Al fallecer el monarca navarro en el año 1035, este repartió sus extensos dominios entre sus hijos, siendo el mayor de estos Ramiro. Pero claro, era un hijo tenido fuera del matrimonio, y por tanto no recibió el título principal que por edad le correspondía (rey de Pamplona), sino ese pequeño e inhóspito condado de Aragón. Por tanto, y sobre el papel, Ramiro fue en realidad el último de los condes de Aragón. Sin embargo, este nunca utilizó este título, pues por muy hijo bastardo que fuera, al final por sus venas corría sangre regia, y así se encargó de demostrarlo en los documentos que se conservan de su época, en los que se le nombra como «hijo del rey Sancho».

Con todo, fue realmente su hijo y sucesor, Sancho Ramírez, quien pudo utilizar con todas las de la ley el título de rey legitimando así su trono y estirpe. Y lo logró nada más y nada menos que viajando hasta la misma Roma en el año 1068, declarándose vasallo del sucesor de San Pedro, y siendo coronado como rey por el papa Alejandro II. Pagando unos buenos dineros a la Santa Sede, eso sí.

Retrato imaginario del rey Sancho Ramírez de Aragón.

Retrato imaginario del rey Sancho Ramírez de Aragón. / El Periódico de Aragón

¿Y por qué estoy hablando de todo esto si el artículo lleva el título de La gran alianza? Pues porque el rey Sancho fue el artífice de una estrechísima relación entre la monarquía aragonesa y Roma que no solo afectó al todavía pequeño reino aragonés, sino que fue clave para el resto de la cristiandad peninsular forjando una alianza que cambió su historia para siempre. Ese siglo XI fue de muchos cambios para la cristiandad, y de hecho fue un momento de expansión para el cristianismo como religión, en regiones como el área del mar Báltico o Escandinavia, por poner solo un par de ejemplos. Y todo ese proceso buscó liderarlo una Iglesia romana que, ahora sí, buscaba ser realmente católica, es decir, universal. Ya no solo en el apartado espiritual, pues este iba íntimamente ligado también al poder temporal o político de los papas.

Se inició de esta forma una lucha por controlar a las élites eclesiásticas europeas y dominar desde la misma Roma cada rincón de la cristiandad en todos sus aspectos, siendo el punto más importante el lograr cierto sometimiento de los príncipes cristianos a la Santa Sede. Es lo que se conoce como «La querella de las investiduras». En ese proceso de expansión también era clave para el papado la península ibérica. Un territorio que había quedado, en cierta manera, desgajado del resto de la Europa cristiana por esa fuerte presencia islámica. La Iglesia hispana, heredera de la visigoda, había mantenido el conocido como rito mozárabe y todavía lo seguía utilizando en el siglo XI. Por ello, esa alianza entre Sancho Ramírez de Aragón y la Iglesia de Roma fue clave para los intereses de ambos.

Por un lado, el soberano aragonés conseguía legitimar de una vez por todas su posición y prestigio como rey. Mientras tanto, también se comprometió a introducir el rito romano en las misas que se celebraran en sus dominios aragoneses, sustituyendo así al rito mozárabe. Esto, aparentemente, no tiene mucha más importancia que la misma forma de celebrar un oficio religioso. Pero en realidad iba mucho más allá, pues suponía la apertura de la Iglesia aragonesa hacia Europa y, especialmente, su sometimiento a Roma. De hecho, fue en el Monasterio de San Juan de la Peña donde se celebró por primera vez en tierras de la península ibérica una misa con rito romano, convirtiéndose en la puerta de entrada al resto de dominios cristianos peninsulares. Esto provocó un cambio enorme, tanto en lo religioso como en lo político, siendo Aragón la puerta de entrada a esa «europeización» que cambió la historia de los reinos cristianos hispanos para siempre.

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