ENTENDER +CON LA HISTORIA

Las idus de marzo

El 15 de marzo del año 44 a.C., Cayo Julio César fue asesinado en Roma.

La muerte de César, 
por Vincenzo Camuccini, 1798.

La muerte de César, por Vincenzo Camuccini, 1798.

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

Hoy sábado, si no fuera por el día de la semana en que cae, y que en este 2025 se celebra el Año Santo y la capital italiana es un auténtico follón por la enorme cantidad de visitantes que está teniendo, y por el precio exorbitado de los alojamientos, sería un día maravilloso para estar en Roma. Especialmente para los amantes de la Historia y aún más si lo que te gusta es la Antigua Roma. Y es que un 15 de marzo, pero del año 44 a.C., fue asesinado en la curia de Pompeyo el que en ese momento era el dictador perpetuo de la república romana: Cayo Julio César.

Este formaba parte de una de las familias de más rancio abolengo de la aristocracia romana, los Julios, que incluso decían que descendían del héroe troyano Eneas y por tanto de la mismísima diosa Venus. Tras sus grandes conquistas en las Galias, sus enemigos políticos trataron de arrinconarle en el poder, frenar e incluso acabar con su fulgurante carrera política, lo que derivó en el estallido en el año 49 a.C. de una cruenta guerra civil en la que César acabó venciendo al bando de los optimates liderado por su antiguo aliado Cneo Pompeyo Magno. Con su victoria, y con un Senado aparentemente domesticado, César fue nombrado dictador de la república. Una magistratura extraordinaria a la que los romanos habían acudido en el pasado y por tan solo seis meses de tiempo para abordar momentos de gran peligro. Pero desde hacía un tiempo se había convertido en un instrumento para acaparar todo el poder por mucho más tiempo poniendo la excusa de «salvar a la república». Primero se le dio esta magistratura por diez años, para finalmente nombrarle apenas unas semanas antes de ser asesinado dictador a perpetuidad.

Sus rivales veían a un Julio César comportándose como si fuera un tirano o peor. Como si fuera rey de Roma. Una institución que estaba totalmente vetada en una ciudad cuya tradición decía que en el año 509 a.C. había expulsado al último de sus reyes para no ser víctimas de la tiranía de un soberano y su familia. Por ello, figuras como Cayo Casio Longino, Marco Junio Bruto y Décimo Junio Bruto Albino se conformaron como los líderes de una conjura en la que llegaron a participar más de sesenta senadores y en la que solo veían un camino posible: asesinar al tirano. Pero todos sabían que César no iba a estar presente eternamente en Roma, ya que de hecho estaba ultimando los preparativos para proceder a la que iba a ser la campaña que debía como mínimo igualarle, e incluso superar, al gran rey macedonio Alejandro Magno. El objeto de los sueños húmedos de todo militar romano que se preciara. Y esa campaña tenía como objetivo someter al único gran imperio con el que Roma hacía ya frontera en aquellos tiempos: el Imperio parto en Oriente.

De modo que cuando César anunció una convocatoria del Senado para las idus de marzo del año 44 a.C., todos supieron que quizás esa iba a ser la última oportunidad real que tendrían de llegar físicamente hasta el dictador y tratar de asesinarle. Ese no era un día cualquiera para la tradición romana. Antiguamente, y hasta mediados del siglo II a.C., aquella era la fecha en la que eran elegidos los magistrados para los doce meses siguientes. Una fecha que cambió debido a ese poblado celtíbero llamado Segeda, situado junto a la actual localidad zaragozana de Mara, y cuyas murallas hicieron estallar la Segunda Guerra Celtíbera, obligando a los romanos a adelantar el inicio del año político (que no el año natural), a las kalendas de enero (el primer día del mes). De esa forma ganaban algo más de dos meses de tiempo y aprovechaban toda la primavera y el verano para guerrear en Hispania.

Vista aérea de Roma, con el Coliseo en el centro, en una imagen de archivo.

Vista aérea de Roma, con el Coliseo en el centro, en una imagen de archivo. / Claudio Peri / Efe

Así pues, y a pesar de las advertencias en forma de sueños premonitorios o de adivinos que le decían a César «cuídate de las idus de marzo», ese día acudió al Senado, el cual no se reunía en su ubicación habitual en la curia situada en la Vía Sacra, en pleno foro de la ciudad. Y es que ese edificio estaba en plena reconstrucción porque la versión anterior había sido pasto de las llamas solo unos años antes. Por lo tanto, los senadores se estaban reuniendo cerca del Área Sacra, un lugar con varios templos al norte de la ciudad que se puede visitar en la actual plaza de Largo Argentina. Junto a ese recinto, años antes Pompeyo había levantado una residencia, con el primer teatro construido en piedra en la ciudad de Roma, y junto a él una curia, donde estaba reuniéndose el Senado durante las obras mencionadas en el foro.

Fue en ese lugar, y bajo la irónica sombra de una escultura del propio Pompeyo, donde los senadores abordaron a Cayo Julio César asestándole más de veinte puñaladas que le provocaron la muerte. Sic Semper tyrannis (así siempre con los tiranos), es la icónica frase que se le atribuye a Marco Junio Bruto tras consumar el asesinato del hasta ese momento hombre más poderoso del Mediterráneo. Sin embargo, un sobrino-nieto suyo, en quien algo debió ver, cogería su estela como heredero político y de nombre, pues descubrió con la lectura del testamento que César le adoptaba como hijo de forma póstuma. Ese joven que por entonces apenas contaba con 18 años se llamaba hasta entonces Cayo Octavio Turino, y con el nuevo nombre que adoptaba, y con la enorme fortuna de su repentino y difunto padre adoptivo, se convertiría en los años siguientes en el primer princeps o emperador de Roma. Pero eso sí. Aprendiendo de los errores de sus antecesores en el intento, y creando una ficción con la que se mostraba como el salvador de la república romana, cuando en realidad fue quien firmó su acta de defunción.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents