Entender + con la historia

El Rabal, el barrio con más historia de Zaragoza

Sus orígenes se pierden en la Antigüedad y en los siglos XIX y XX fue el foco de la industrialización de la capital

Casa Solans o la Casa de los Azulejos es un edificio de estilo modernista construido en el año 1921 en el barrio del Rabal de Zaragoza.

Casa Solans o la Casa de los Azulejos es un edificio de estilo modernista construido en el año 1921 en el barrio del Rabal de Zaragoza. / EL PERIÓDICO

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

Ya en la Antigüedad, e incluso antes de la llegada de los romanos, la Salduie íbera, una de las ciudades más importantes de los sedetanos, se situó en la margen derecha del Ebro porque esa orilla era ya de forma natural más elevada que la contraria. Esto suponía tener una mayor seguridad ante las frecuentes avenidas del río Ebro, y más en una época en la que no existía ningún tipo de control sobre su cauce. Por eso también los romanos refundarían la ciudad en ese mismo lugar hacia el año 14 a.C., aunque pronto se encontraron con problemas. Y es que a pesar de esa mayor elevación, las riadas más fuertes eran capaces de inundar buena parte de la ciudad, lo que provocó que en tiempos del emperador Tiberio (14 – 37 d.C.) se recreciera artificialmente la zona. Eso sí. Era también muy importante garantizar el paso fluido de una ribera a otra, de modo que se construyó un puente que daba directamente a la única zona algo más elevada de la margen izquierda y que corresponde precisamente con el sitio en el que hoy se levanta el Puente de Piedra (siglo XV), y que lleva directamente al Rabal. Es por eso que durante siglos solo se urbanizó esa pequeña elevación al norte del río al estar algo más protegida de las avenidas del Ebro.

Mucho más tarde, y especialmente en época medieval, fue surgiendo ese barrio que era más un caserío que otra cosa donde vivían los humildes campesinos que trabajaban las grandes extensiones agropecuarias de la zona. Pero no solo había casas, y desde el siglo XIII se fundó ahí en tiempos del rey Jaime I el Conquistador el convento de San Lázaro. Una institución que a partir de entonces no solo tuvo una función religiosa, sino también hospitalaria. Aquellos viajeros que llegaban a la capital y tenían síntomas de portar alguna enfermedad infecciosa que pudiera provocar una gran epidemia eran hospitalizados allí, tratando de curar sus males, pero también para evitar males mayores en la ciudad.

Incluso allí falleció el 9 de octubre de 1646 el príncipe Baltasar Carlos de Habsburgo, hasta entonces heredero al trono del rey Felipe IV. El convento siguió existiendo hasta inicios del siglo XIX, cuando se convirtió en un auténtico fortín contra las tropas napoleónicas en los dos asedios que sufrió la ciudad entre 1808 y 1809, quedando muy dañado. Años después fue uno de los cenobios afectados por la desamortización de Mendizábal, convirtiéndose durante un tiempo en cuartel militar hasta su posterior y definitiva desaparición.

Si nos adentramos un poco en el Rabal, y muy especialmente en las manzanas que comprenden las calles Sobrarbe, el Horno, Manuel Lacruz y Jorge Ibort, nos encontramos con varios bloques de edificios que todavía se conservan de siglos anteriores. De hecho, lo que todavía se ve en esas calles nos permite hacer un viaje al pasado e imaginarnos cómo era la Zaragoza de los siglos XVII y XVIII. Encontramos incluso lugares como la plaza de la Mesa, que aunque no destaca por su belleza si que nos recuerda parte de la historia más popular de la ciudad. En ella se instalaban las mesas donde los capataces de los terratenientes que tenían las grandes propiedades agrícolas de la margen izquierda contrataban cada día a los jornaleros que se necesitaban, recibiendo allí al terminar su jornada el salario acordado. Muy cerca de allí sí que sorprende el callejón del Tío Lucas, la única calle cubierta de toda Zaragoza que nos sumerge todavía más en otros tiempos.

Y por supuesto, el Rabal fue también, en buena medida, el punto de partida de la industrialización de la capital del Ebro a partir de las últimas décadas del siglo XIX e inicios del XX. Gracias a la gran cantidad de espacio disponible, a los inicios de la "domesticación" del río Ebro, y a la llegada del ferrocarril con la construcción de la mítica Estación del Norte, toda esa zona se convirtió en el lugar perfecto para instalar algunas de las primeras grandes fábricas de la ciudad. Uno de los sectores más pujantes del momento fue la producción del azúcar de remolacha, un producto que se empezó a cultivar en grandes extensiones a lo largo del cercano curso del río Gállego. Y no solo se producía azúcar, pues con él también aparecieron fábricas de galletas o de alcohol. Obviamente, para que esas fábricas pudieran funcionar se necesitaban muchos obreros que empezaron a vivir en el ya por entonces creciente barrio para estar cerca de su lugar de trabajo. Pero también hubo algún caso excepcional, como el del industrial harinero Juan Solans, quien quiso estar cerca de su fábrica y encargó en el año 1921 la construcción al arquitecto zaragozano Miguel Ángel Navarro de un espectacular edificio de estilo modernista conocido como la Casa Solans o Casa de los Azulejos. Y estos son tan solo unos pocos retazos de uno de los barrios de Zaragoza que mayor historia atesoran en sus calles.

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