Qué fue la Batalla de Huesca, una de las más importantes de la Primera Guerra Carlista
Se cumplen 188 años del enfrentamiento que tuvo lugar cerca de Almudévar entre el ejército carlista y las fuerzas isabelinas

Representación de uno de los enfrentamientos entre carlistas e isabelinos. / S. E.

Probablemente, de preguntarle a alguien si sabría relacionar una batalla con la ciudad de Huesca, lo más seguro es que la respuesta sería que la Batalla de Alcoraz. Y desde luego fue una de las más decisivas en la historia de la capital oscense, así como de Aragón, pues la victoria de las tropas de Pedro I frente a las del rey al-Mustaín II de Zaragoza supuso la conquista cristiana de la ciudad, pasando además a ser poco después la nueva capital del reino aragonés. Pero este artículo no va sobre aquella batalla del año 1096, sino una que se libró más de siete siglos después.
La Batalla de Huesca, librada un 24 de mayo del año 1837, fue uno de los enfrentamientos campales más importantes de la Primera Guerra Carlista (1833-1840), y sin embargo ha caído prácticamente en el olvido. Y obviamente fue porque la victoria en el campo de batalla recayó ese día en el bando que a la larga acabaría perdiendo la guerra. Es por eso por lo que sí que nos suenan mucho más el asedio al que los carlistas sometieron a Bilbao pero sin éxito, la victoria de los isabelinos en la Batalla de Luchana, o especialmente en Zaragoza esa Cincomarzada en la que la reacción de los zaragozanos hizo fracasar el ataque carlista sobre la ciudad por parte del general Cabañero.
España llevaba a la atura de 1837 viviendo desde hacía varios años una destructiva y muy cruenta guerra, siendo además Aragón uno de los territorios más afectados dado que el carlismo había arraigado fuertemente en buena parte de la vecina Navarra, así como también en el Maestrazgo turolense y castellonense. Los ataques por lo tanto eran constantes, generándose por ello un clima de inseguridad terrible. Además, dentro de cada bando también había luchas internas. En el caso del lado que defendía a la reina Isabel II y la regencia de su madre, María Cristina de Borbón, en 1836 se produjo una revolución para obligarla a aceptar el establecer un régimen constitucional en el país. Algo que para la regente era tremendamente peligroso, pues aunque había tenido que apoyarse en los liberales para tratar de asegurar el trono para su hija, lo cierto es que María Cristina era igual de absolutista que su cuñado, el pretendiente Carlos María Isidro de Borbón.
Aquella revolución, conocida como el Motín de La Granja de San Ildefonso, marcó un antes y un después, ya que fue la misma guardia real la que obligó a la reina regente a aceptar la Constitución. El temor de aristócratas como María Cristina era que aquella situación se fuera de las manos y acabara como en la Revolución francesa. De modo que aceptó, pero temiendo por la vida de su hija y la suya propia acabó contactando con su rival y cuñado informándole que le facilitaría la entrada a Madrid y su llegada al trono si este acudía en su ayuda.
Y así es como Carlos María se puso a la cabeza unos meses más tarde, ya en el año 1837, de la conocida como Expedición Real. El ejército carlista comenzó su marcha por el norte de España, recorriendo buena parte de Aragón y de Cataluña. En su recorrido logró algunas victorias, siendo una de las más importantes la batalla que se libró ante la ciudad de Huesca ese 24 de mayo. El ejército isabelino que se envió para hacerle frente estuvo encabezado por los generales Manuel Iribarren y Diego de León, quienes tenían órdenes de evitar a toda costa que el ejército carlista consiguiera cruzar a la margen derecha del Ebro. Un ejército compuesto por cerca de 15.000 efectivos, y que ante su superioridad no tuvo dificultad alguna en tomar el control de la ciudad de Huesca, abandonada a su suerte por las autoridades isabelinas y por la Milicia Nacional.
Para celebrar la toma de la ciudad, Carlos María ordenó que se celebrara un Te Deum en la catedral mientras el grueso de la tropa quedó acampado entre los muros de la ciudad y la ermita de San Jorge. Fue entonces cuando llegó la noticia del avance del ejército isabelino, que acudía en socorro de Huesca y que se encontraba ya en la cercana Almudévar. Pensando que encontrarían desprevenidos a los carlistas por estar de celebración, el ejército isabelino avanzó hasta la misma Huesca, desarrollándose entonces una batalla en la que entre ambos bandos participaron alrededor de 30.000 hombres. La victoria en la Batalla de Huesca recayó en el lado carlista, que prosiguió su recorrido triunfal y acabaría llegando a Madrid. Sin embargo, al llegar a la capital se encontró con que había tardado demasiado. La revolución estaba ya controlada, y la reina regente no tenía ya motivo alguno para entregarle el trono de su hija ni abrirle las puertas de la ciudad. El pretendiente Carlos perdió su mejor oportunidad y ordenó la retirada, y aunque la guerra todavía continuó hasta 1840, la victoria del bando liberal hizo que enfrentamientos como el ocurrido en Huesca acabaran en el olvido por tratarse de una derrota del bando vencedor.
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