La traición de Rueda de Jalón que era una trampa mortal

En el año 1083, el rey Alfonso VI de León a punto estuvo de caer en una traición ante el castillo de Rueda de Jalón

Restos del castillo de Rueda de Jalón.

Restos del castillo de Rueda de Jalón. / Servicio especial

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

Normalmente muchos acontecimientos históricos son fruto de largos procesos y circunstancias que van convergiendo entre sí para que se acabe produciendo un hecho histórico concreto. Pero a veces, también hay momentos puntuales que tienen la capacidad por sí mismos de cambiar el curso de la historia para siempre. Y sin duda, uno de esos acontecimientos que quizás podría haberlo cambiado todo en la historia de la España medieval, fue lo que ocurrió ante los muros del castillo de la localidad zaragozana de Rueda de Jalón a inicios del año 1083. Una historia en la que están presentes el rey Alfonso VI de León, un derrocado rey musulmán, un alcaide muy ambicioso, e incluso también el Cid.

Alfonso VI fue uno de los soberanos más importantes de la cristiandad peninsular del siglo XI, unificando por medio de la guerra contra sus propios hermanos los dominios que había dividido su padre, y realizando también importantes y simbólicas conquistas como la de Toledo, allá por el año 1085. Incluso llegó a asediar la Zaragoza musulmana al año siguiente, pero la invasión de los almorávides desde el norte de África puso fin a la posibilidad de que la capital del valle del Ebro hubiera acabado siendo castellana y frenado las posibilidades de expansión hacia el sur del todavía pequeño reino aragonés de Sancho Ramírez. ¿Pero qué hubiera pasado de haber cambiado tan solo una decisión y que el rey Alfonso hubiera muerto antes de tiempo? Sin duda, la historia habría sido otra totalmente distinta.

Para conocer esta historia que nos va a llevar hasta Rueda de Jalón, tenemos que ir unos años atrás en el tiempo. Eso de dividir el reino entre los hijos se convirtió en una costumbre, tanto en el lado cristiano como en el musulmán. Algo difícil de entender desde nuestra perspectiva actual, dado que es casi misión imposible encontrar un caso de división de la herencia que saliera bien y no provocara desavenencias e incluso guerras entre hermanos. Por ejemplo, al-Mustaín I de Zaragoza hizo lo mismo, abocando a sus hijos a una serie de guerras en las que acabó triunfando uno de ellos. Abu Yaafar Ahmad ibn Sulayman, más conocido por su sobrenombre de alMuqtádir. El monarca zaragozano que llevó a la taifa a un gran esplendor político y cultural. A uno de sus hermanos y rivales, llamado al-Muzaffar, lo acabó derrotando y encerrando en el castillo de Rueda de Jalón para que no diera problemas. Una imponente y estratégica fortaleza de la que hoy en día apenas quedan unos cuantos lienzos de muralla, pero que tuvo que ser imponente en su momento de esplendor. Avancemos ahora hasta los inicios de la década del 1080. Una serie de ataques de castigo que se le fueron de las manos por la zona de la actual Rioja a Rodrigo Díaz de Vivar acabó con su caída en desgracia y destierro, teniendo este que buscarse las habichuelas en otra parte junto a los hombres que le siguieron. Primero ofreció sus servicios a los condes de Barcelona pero fue rechazado, lo que le condujo finalmente a entrar al servicio de la taifa de Zaragoza, donde permaneció varios años.

A los pocos meses de llegar el Cid, el rey al-Muqtádir falleció, y para no faltar a la costumbre él también dividió sus dominios entre sus hijos. Zaragoza le tocó a al-Mutamán, mientras Lérida fue para al-Mundir. Y por supuesto, ambos querían volver a unir los dominios de su padre. Fue entonces cuando la taifa zaragoza lanzó un ataque contra la de Lérida con las mesnadas del Cid a la cabeza, y aprovechando la situación, se empezó a gestar una traición. El alcaide que estaba a cargo del castillo de Rueda de Jalón y que se llamaba Albofalac, era el encargado de custodiar a ese antiguo rey destronado llamado al-Muzaffar y que seguía allí encerrado. Ambicioso como era, Albofalac le ofreció a su hasta entonces prisionero el liberarle y solicitar el apoyo del rey Alfonso VI de León. El objetivo era ofrecer a este monarca la posesión de una serie de fortalezas y ciudades a cambio de que apoyara a al-Muzaffar para convertirse en rey de Zaragoza y derrocar a su sobrino al-Mutamán. A cambio, Albofalac recibiría riquezas y una buena posición en la corte.

Urdido el plan, el mensaje llegó al monarca leonés, quien vio la oportunidad a un escaso coste de ampliar su reino, y también de debilitar a una taifa de Zaragoza sobre la que tenía aspiraciones de conquista de cara al futuro. Así, el monarca organizó rápidamente un ejército y aprovechando que al-Mutamán y el grueso de sus tropas encabezadas por el Cid estaban distraídos por tierras leridanas avanzó y llegó hasta las puertas del castillo de Rueda de Jalón. Pero mientras esto ocurría, el pretendiente al trono, al-Muzaffar, falleció de forma inesperada. A Albofalac se le habían venido abajo todos sus planes, y ahora estaba solo. Sabía que por sí mismo no tenía nada que ofrecer al rey leonés, y que el castigo de al-Mutamán sería terrible. Por ello, y antes de que llegaran los cristianos hasta el castillo, cambió de planes para intentar salvarse, organizando una celada con la que asesinar a traición al rey de León y redimirse ante el soberano zaragozano. Sin embargo, en el último momento, Alfonso VI decidió no hacer él personalmente su entrada al castillo, esperando a que sus hombres tomaran primero posesión de él. La mayoría murieron, pero el rey de León acabó salvándose en el último momento de aquella trampa mortal. Al final, cuando al-Mutamán se enteró, envió al Cid a que negociara con su antiguo señor y la cosa quedó en nada. Pero aquella traición a punto estuvo de cambiar toda la historia.

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