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Las luces y sombras de Palafox en el 250 aniversario de su nacimiento

José de Palafox, pintado por Francisco de Goya.

José de Palafox, pintado por Francisco de Goya.

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

Este próximo martes 28 de octubre llega una efeméride histórica importante y que no se cumple todos los días, ya que será el 250 aniversario del nacimiento de uno de los zaragozanos más conocidos de la historia de la ciudad: José Rebolledo de Palafox y Melzi. Una figura que por su papel en los famosos Sitios napoleónicos que sufrió la capital aragonesa entre mediados de junio de 1808 y febrero de 1809, se hizo internacionalmente famoso y fue alzado a los altares de la fama patria como un auténtico héroe. Incluso le mencionan en varias ocasiones en la afamada novela francesa de Víctor Hugo “Los Miserables”. Sin embargo, esa exaltación que se hizo de él contrasta con las muchas sombras que arrastran sus acciones durante la Guerra de la Independencia.

Como decía, estos días se cumplen dos siglos y medio desde que José naciera en Zaragoza en octubre del año 1775, haciéndolo en el seno de una familia noble ya que sus padres eran Juan Felipe Rebolledo de Palafox y Bermúdez de Castro, así como Paula Melzi de Eril, los marqueses de Lazán. No era el primogénito, y como solía ocurrir en estos casos con los hijos que no heredaban el título nobiliar, tan solo le quedaban dos vías para buscarse un porvenir. Hacer carrera eclesiástica o militar, siendo esta segunda la opción que acabó tomando. Obviamente no dejaba de ser hijo de nobles, y por lo tanto esa carrera le iba a llevar, como mínimo, a ser oficial del ejército de sus majestades, los reyes de España.

Antes de llegara ello, comenzó de joven su formación en las Escuelas Pías de su misma Zaragoza natal, donde tuvo como profesor y preceptor al padre Basilio Boggiero Spotorno, clérigo genovés que acabó en Aragón y que sería una figura clave para el propio Palafox y para la capital aragonesa durante los dos sitios que sufrió la ciudad. De hecho, el padre Boggiero acabó siendo fusilado y arrojado al río Ebro el 22 de febrero de 1809, el día siguiente de la capitulación, y a pesar de que en las negociaciones había quedado claro que se respetaría a los “ministros de la Iglesia”.

Cuando Palafox contaba ya con dieciséis años inició su carrera militar ingresando en la compañía de los Reales Guardias de Corps, que hacían de guardia de Carlos IV, rey de España e Indias. En realidad, poca acción militar vio en los años siguientes, convirtiéndose más en un militar “de salón”, más acostumbrado a participar en las fiestas de la corte madrileña, a festejar, bailar y jugarse los cuartos a las cartas. Pero en el año 1808 todo cambió. En el mes de marzo se produjo el Motín de Aranjuez que derivó en el derrocamiento del rey, la caída de su ministro Manuel Godoy, y la llegada al trono de Fernando VII, a quien la propaganda había puesto como la única esperanza de superar la fuerte crisis económica y social que vivía España desde los inicio sde ese siglo XIX. A partir de ahí, se inició toda la vorágine que llevó al estallido de la Guerra de la Independencia y la lucha contra las tropas napoleónicas.

En cuestión de semanas, tanto el destronado Carlos IV como Fernando VII acabaron en manos de Napoleón y desposeídos del trono, lo que llevó a Palafox hacia su Zaragoza natal donde acabaría siendo nombrado después de un motín popular capitán general de Aragón, asumiendo así la defensa del territorio y en especial de Zaragoza. Desde luego, hay que reconocer que las circunstancias eran extraordinarias, y que contó con muy pocos medios para enfrentarse a un ejército francés que llevaba ya muchos años dominando Europa. Tampoco habría sido la primera o última autoridad que pasaba de ser aclamado por la población para después ser linchado hasta la muerte por ella. Asumió una situación de proporciones incalculables en ese momento. Pero también es cierto que el hecho de haberle ascendido posteriormente a los altares de la patria como héroe nacional escondió durante mucho tiempo las muchas sombras que tuvo durante su mando.

Tomó decisiones que militarmente fueron malas e incluso negligentes. De hecho, ni tan siquiera estaba en Zaragoza cuando esta resistió sin que nadie se lo esperara en el primer embate napoleónico que derivó en el Primer Sitio, tardando más de dos semanas en regresar a la ciudad, no siendo tampoco la única vez que estuvo ausente de la capital aragonesa durante ese primer asedio. Durante esos días, vivió una escaramuza en Épila en la que se cayó de su propio caballo perdiéndose con él todos los papeles de su Estado Mayor. ¿Qué habría ocurrido si toda esa información hubiera caído en manos del enemigo? En cambio, sí que estuvo presente durante todo el Segundo Sitio, para el cual había desarrollado una estrategia de defensa creando un gran perímetro al sur de la ciudad que se vino totalmente abajo con los primeros combates nada más llegar los franceses. Esto hizo que miles de personas y militares quedaran hacinados en una ciudad que acabó siendo pasto del tifus. En definitiva, nadie puede negar que José de Palafox fue una figura clave en la historia de la ciudad y del Aragón de aquellos años. Pero también es de justicia mostrar no solo sus luces, que las tuvo, sino también sus sombras.

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