El Real Zaragoza tiene muchos problemas para presentar un diseño competitivo en Primera y, salvo por las proclamas publicitarias de Alfonso Soláns, entusiasta europeísta, el resto de los integrantes del club ha reconocido, con delicadeza y sin ánimo de provocar el pánico entre la afición, que la próxima temporada será de transición. De cerrada lucha por la permanencia ha dejado entrever Paco Flores, que de todos parece ser quien más firme tiene los pies en el suelo, unas tierras movedizas que lo engullirán si el equipo que le van a hacer flojea en el inicio de la campaña.

Los fichajes, traspasos, entregas por capítulos, cesiones y otros métodos para la construcción de un bloque que logre la salvación sin excesivos apuros siguen sin concretarse. El único movimiento hasta la fecha ha sido la renovación de Martín Vellisca por un año. Las vibraciones, quiera o no el club, son temblores de susto grande. Láinez es un jugador de Primera y Cani, de otro mundo, lo que se puede interpretar por magnífico o enigmático. Pero ¿y el resto? Se abren diez agujeros que rellenar en las demás posiciones, con algunos futbolistas que pueden cumplir de secundarios. Poco más.

El panorama es de preocupar, y la reforma del equipo está en manos de Miguel Pardeza en su primera y durísima experiencia de director deportivo con todos los poderes y cuatro euros en el bolsillo. Necesitan dos laterales, dos centrales, dos medioscentro, un interior zurdo y un delantero centro. Como ya se sabe que semejante y lógica reconstrucción no entra en los planes económicos de los rectores, se prevé el remiendo y un gasto máximo de 8 millones de euros para nuevas contrataciones: ese dinero alcanza para tres jugadores en propiedad y para comprar un libro de oraciones a Paco Flores.

Los lugares del campo tienen una valoración establecida. No cotiza lo mismo un lateral que un mediapunta, y si hay alguien que importa ése es el goleador que acude fiel cada fin de semana a su cita con la portería. En el Real Zaragoza, que podría salvar el cuello con un zurzido aquí y otro allá, se da una triste paradoja: cuenta con cinco delanteros centro --Drulic, Yordi, Bilic, Peternac y Espadas-- y no confía sinceramente en ninguno. En épocas anteriores rozó el descenso y se fue por el desagüe a Segunda por despreciar a esta figura o por adquirir arietes de escaso calado. Pardeza, que sabe que la nota alta de este deporte está en el área, busca una sexta opción, la creíble, la que ayude a tener algo de fe en este túnel ateo.

Quiso que volviera Esnáider, héroe de otros tiempos pero físicamente a años luz de un rendimiento medio. El argentino, operado de los talones, necesita entrenarse aparte y las lesiones, producto del desequilibrio corporal que produce ese problema, le acechan en cada partido. La intención era pagarle por objetivos muy concretos, con un riesgo: su fuerte carácter, que, sin duda, le habría empujado a actuar muy limitado en no pocas ocasiones, hubiera levantado, por polémicas, las losas del vestuario. Hay quien prefiere, en una lectura más sentimental que práctica, cinco minutos del argentino que diez encuentros de otro jugador.

Propuesta eliminada

La propuesta murió, sin embargo, a los pies de la mesa de Alfonso Soláns, quien no quiere ver a Esnáider ni en pintura esté en plenitud o al dos por ciento. Ahora se rastrean otros campos, pero el goleador ni es barato ni los clubs que lo poseen y no lo desean, conscientes de la fuerza que poseen en el intercambio, lo prestan porque sí. Y sus fichas son todavía estratosféricas.

Drulic ya ha demostrado que no da talla de delantero importante. La constancia de Espadas no es suficiente aval en una categoría de mayores vuelos técnicos, y Yordi está siempre bajo sospecha y se le quiere traspasar. Se pretende ceder a Bilic y llegar a un acuerdo de rescisión de contrato con Peternac. El planeta del gol está poblado, pero sin pulso, muerto.