Bernard Hinault aparece en el Tour en el momento preciso en que la prueba necesitaba un líder, debido a los permanentes escándalos de dopaje. Así, en 1978 Hinault se convierte en el héroe que todos esperaban, capaz de regenerar el medio ciclista. La joven estrella francesa encontró en Zoetemelk, gran escalador y aspirante permanente al triunfo final (terminó seis veces segundo), un duro rival capaz de inflingirle un severo correctivo en el Puy de Dome, pero Hinault aprovechó su capacidad de gran contrarrelojista para superar al holandés y llegar a París con cuatro minutos de ventaja.

Ese año, el Tour se convirtió en un escenario de protesta por parte de los corredores, que se quejaban de los frecuentes y larguísimos traslados jalonados con jornadas de dos etapas. En Valence, el último kilómetro lo hicieron a pie. La respuesta del director de carrera, Jacques Goddet, no pudo ser más elocuente: "Es necesario que el Tour mantenga un lado inhumano. El exceso es indispensable", señaló. Esta edición vivió la expulsión de Pollentier en Alpe d´Huez, después de haber ganado la etapa y el maillot amarillo, por intentar aportar orina ajena a través de un dispositivo oculto bajo el jersey.

Una tendinitis

En 1979 Hinault ganó dos etapas pirenaicas pero perdió el amarillo en el Pavés para recuperarlo más tarde en la contrarreloj y llegar a París con una ventaja de tres minutos. No pudo continuar la serie en 1980 debido a una tendinitis de rodilla que le obligó a abandonar la carrera en los Pirineos. Zoetemelk aprovechó su ausencia, como Ocaña en 1973, para demostrar que era el siguiente del escalafón. Al año siguiente regresó con más ganas de victoria que nunca.

La edición de 1982 acogió el mayor estado de gracia de Hinault, logrando una victoria mucho menos espectacular que en años precedentes, ya que perdió la primera contrarreloj y no ganó ninguna etapa de montaña. A partir de entonces, Laurent Fignon, un verdadero niño prodigio, gana el Tour con 22 años (el más joven tras Cornet en 1904).

Regreso español

Arroyo, con la segunda plaza, simboliza el retorno del ciclismo español a la Grand Boucle tras un largo periodo oscuro. Fignon repite al año siguiente al tiempo que Lemond ya apunta sus intenciones. En su quinto Tour tuvo tanto mérito su capacidad como la no beligerancia de Lemond, su mayor rival y al tiempo escudero. El americano, mucho más fuerte que su jefe, fue frenado por su director en Luz Ardiden y envuelto en lágrimas tuvo que esperar a Hinault para no ganarle. Hinault le prometió ayudarle en la edición siguiente, pero, cuando llegó el momento, se olvidó de lo pactado. Solamente la gran clase de Lemond impidió la repetición del suceso.

Roche y Delgado triunfaron en las ediciones siguientes. El español pudo haberlo conquistado en más ocasiones, pero la fortuna no estuvo de su lado. Una fractura de clavícula, la muerte de su madre y un retraso increíble en un prólogo anularon las posibilidades de vencer en otras tantas ediciones donde no abundaban los corredores de su clase. El Tour de Delgado estuvo marcado por la sombra del dopaje, ya que le fue detectado un producto enmascarante prohibido por el COI que no había asumido todavía la UCI. Lemond volvió a renacer en el Tour de 1989 con una victoria histórica por tan sólo ocho segundos sobre Fignon.