Armstrong ha acumulado a lo largo de los años una enorme admiración. Su deslumbrante retorno, tras haber superado un cáncer, mitificó todavía más la figura de este ciclista. El Tour se ocupó de todo lo demás para esculpir el campeón que hoy conocemos. Es el hombre bueno que lo gana todo y a la vez el tipo malo que no deja margen al prójimo. No nos extrañe, por tanto, que muchos le tengan ganas. Cuando ahora resurge de sus cenizas, después de haber asentado convenientemente la cabeza, aquel niño prodigio llamado Ullrich, para meter unos cuantos palos a la rueda del americano, la mejor carrera del mundo se endiosa todavía más porque la competitividad, el equilibrio, la audacia y el coraje se han convertido en norma. No hay duda de que el tesoro de la Bianchi sabe resistir, porque no lo olvidemos, y esto también vale para Armstrog: en ciclismo no gana siempre el primero, sino el que más resiste.