El Tour es una pirámide con muchas aristas para escalar. David Cañada sabía que su reto personal estaba en ganar una etapa y ayer, el día después del zarpazo de su compañero Knaven, tenía la libertad y motivación suficientes para pedalear sin responsabilidades y con absoluto desahogo. La víspera, mientras se celebraba con champán, en la cena, el botín del Quick Step, Cañada pensó que había llegado su hora. Como extraordinario rodador que es, la etapa le iba perfecta.

El secreto para triunfar en estas jornadas encerradas entre paréntesis está en saber coger el buen vagón. Ullrich también quería armarla y mantuvo el pelotón amarrado a más de cincuenta por hora durante cien kilómetros, para limarle finalmente a Armstrong dos segundos de bonificación. Todo un detalle revelador del espíritu belicoso del germano de cara al duelo de hoy.

David Cañada esperó con convicción y enorme desgaste este momento en la delantera del pelotón porque intuía que, rehecha la calma, la escapada estaría al caer. Así fue y allí estuvo a las primeras de cambio para integrarse en la primera y única fuga consistente de ayer. Había mucha gente, y entre ellos aceptables llegadores como Nardello, Guido y Fornaciara. Asimismo serios aspirantes todoterreno como Flickinger, Lelli, Da Cruz y Lastras. El caso es que la compenetración fue absoluta durante noventa kilómetros para amasar una diferencia casi escandalosa.

ESTRATEGIA PERSONAL David, que sabía que no tendría nada que hacer al esprint, montó su estrategia personal en base a su consustancial calidad de rodador. Por eso, tras los primeros escarceos, a ocho kilómetros de meta lanzó un ataque que solamente Lastras, Da Cruz y Nardello pudieron controlar con relativa convicción. En su empeño por ganar, Cañada quería enterrar ayer dos años de mala fortuna, de caídas, de lesiones reincidentes y de desencanto. Lo podía lograr. Entró escapado en el último kilómetro, pero su esfuerzo agónico había consumido toda su energía. Miraba atrás. Mala señal. Para colmo, la pancarta de meta estaba en un ligero desnivel que fue letal para David y prodigioso para Lastras. Sus lobos no tuvieron piedad y acabó su bello sueño. Ayer sobraron 250 metros para que, por segunda vez en la historia del Tour, un aragonés ganase una etapa.

La victoria terminó siendo para Pablo Lastras, del Banesto, el más rápido del terceto que superó a Cañada en los últimos metros. El español logró un triunfo muy importante tanto para él, que ya sabe lo que es ganar en la Vuelta, el Giro y el Tour, y para su equipo, que no tiene nada clara su continuidad en el pelotón ciclista. El primer recuerdo de Lastras al cruzar la línea de meta fue para su madre, fallecida hace cuatro meses y que ayer hubiera cumplido años. El pelotón llegó con más de 20 minutos de diferencia a la línea de meta en una etapa que se convirtió en una de las más rápidas de la historia del Tour.