El Tour del Centenario ha sido duro. Algunas magulladuras y arañazos en la piel de David Cañada así lo demuestran. Las carreteras francesas le dejaron su huella en la primera etapa en línea, aquella en la que casi medio pelotón dio con sus huesos en el suelo, y en la última contrarreloj, en la que la lluvia se empeñó en que varios ciclistas rodaran no sólo sobre su bicicleta, sino también con su propio cuerpo. A pesar de todo, la experiencia ha resultado del agrado del joven zaragozano.

Ahora en su casa, al abrigo de sus padres y su hermano, reflexiona acerca de las tres semanas de carrera. "Ha sido el Tour más igualado en cinco años porque hasta la última crono no había nada decidido", apunta. Desde el corazón de la carrera ha podido ver todo desde una mejor posición, por eso se muestra contrario a la opinión generalizada que existe entre los aficionados españoles. "Beloki no habría ganado el Tour. Comparándolo con Ullrich yo lo veía menos fuerte", dice. De todas formas, tampoco se atreve a afirmar esto tajantemente porque "si Beloki no hubiera abandonado las circunstancias de carrera habrían sido diferentes y resulta difícil saber qué hubiera pasado al final", señala.

A nivel personal está contento, era la segunda vez que corría el Tour y ha conseguido volver a terminar. Sin embargo, eso ya no le basta a David. "Hace tiempo que no veo como un triunfo acabar el Tour. Lo veo normal, es algo que hago sin ningún problema. Mis metas han pasado a ser ganar etapas y dejarme ver más que otros corredores". La gran cantidad de trofeos que ocupan las estanterías de su casa confirman esta teoría del zaragozano.

En una caravana

Estuvo a punto de igualar en Saint Maixent a Fernando Escartín para convertirse en el segundo aragonés en ganar una etapa en la ronda gala, "pero las circunstancias quisieron que no fuera así", y la victoria fue para Pablo Lastras. Tras una etapa perfecta le faltaron las fuerzas para completar los últimos 200 metros y el sueño se esfumó. Le dolió perder.

Pero no fue el único, su familia también lo pasó un poco mal. Especialmente su madre, María José. La escapada de David les pilló en una caravana, ya que se encontraban en Francia acompañando a su hijo. Con la mirada perdida en una pequeña televisión, María José "pensaba que ganaba. Solo salía él en la pantalla y ya faltaba muy poco". Pero la victoria se esfumó y ni siquiera tuvieron tiempo para descorchar una botella de cava.

Ella es una experta ya en eso de ver carreras, pero aquel día reconoce que lo pasó mal: "Fue un sentimiento desolador, más que nada pensando en él porque creía que se habría derrumbado", señala. Por suerte no fue así y David siguió adelante y consiguió completar un buen Tour. A pesar de esta pequeña derrota no cree que haya tenido mala suerte. "A veces piensas en ello, pero luego miras toda la carrera y te das cuenta de que no es así. Todo depende de cómo lo mires". Y tiene razón. Tras la dura caída en la primera etapa un golpe en la espalda le dejó mermado durante los inicios de la carrera. Afortunadamente, los dolores remitieron y pudo afrontar los últimos diez días del Tour sin ningún problema físico.

Un buen trabajo

El corredor zaragozano cree que los directivos del Quick Step están contentos con el trabajo que ha realizado esta temporada. Sin embargo, aún no sabe nada de su futuro y a final de año termina su contrato. "Lo único que puedo hacer es esperar a que desde el equipo me digan algo", señala.

Mientras tanto, descansa y se entrena. Y aprovechando que tiene más tiempo libre se ha comprado una casa. La Vuelta le queda lejos y casi ni se acuerda de ella. Sin embargo, por su cabeza pasea de vez en cuando la idea de vencer en casa. "Sería algo increíble ganar la crono de la Vuelta en Zaragoza, pero tampoco la voy a preparar a conciencia, porque luego te pueden fallar las piernas. Uno no puede hacer lo que no está en su mano, saldré al máximo y ya se verá", sentencia.