Ningún atleta ha estado tantas veces tan cerca de la agonía como Hicham El Guerruj. Treinta y una veces corriendo por debajo de 3.30 minutos en los 1.500 metros desde 1997, una estadística escalofriante si la comparamos con la de cualquier otro mediofondista.

El Guerruj siempre ha ido al límite, como un fórmula 1. Tanta generosidad es el fruto de un enorme talento y de una visión del deporte que raya el misticismo. Su retiro espiritual y físico en Ifrán, en el Atlas marroquí, siempre ha estado más cerca de la vida monacal que de la vida dispersa de un atleta millonario. Padre de una niña de meses, El Guerruj es un hijo de Alá, un súbdito predilecto del Rey Hassan y, desde ayer, un príncipe en Asturias. El premio para al plusmarquista de 1.500 es un acierto incluso desde el punto de vista político. Gerruj es un santo para los marroquíes y este mundo los necesita más que nunca.

Una gran temporada

El 2004 ha sido el gran año de El Guerruj. Acostumbrado a ganar (más de 80 victorias, solo 5 derrotas desde 1995), nunca había hecho diana en las grandes citas olímpicas. En Atlanta-96, Guerruj tropezó con Nurredine Morcelli, y quedó tumbado en la pista a falta de una vuelta. En Sydney, el keniano Noah Ngeny le comió la moral en los últimos 40 metros y se tuvo que conformar con la plata. Su última oportunidad eran los Juegos de Atenas. Lo hizo tan bien que en vez de un oro se llevó dos: en el 1.500, por delante de Lagat, y en el 5.000, cuatro días después, al superar a Bekele. El gran perdedor olímpico salía de la cuna del olimpismo con dos oros, en dos distancias históricamente incompatibles. Sólo el mítico Paavo Nurmi, el finlandés volador, había logrado tal hazaña, en los Juegos de París de 1924. El Guerruj ofreció en Atenas una lección magistral, demostró que había aprendido de sus escasos pero dramáticos errores. Supo esperar con aplomo hasta una tercera y última oportunidad. Su único rival vuelve a ser él mismo.