No es la Naranja mecánica que vio jugar de chaval ni el Dream Team , ambos con su admirado Johan Cruyff como protagonista en el campo y en el banquillo. La distancia que le separa de aquellos equipos es aún grande, sobre todo en logros porque aún es un recién nacido, pero este Barcelona de Frank Rijkaard lleva camino de cosas importantes, coincidiendo además, para regusto azulgrana, con el declive del Real Madrid. Por el momento, en las tres primeras jornadas, ha enviado magníficas señales tanto en la Liga como en Europa, de grupo altamente sincronizado, con jugadores que más allá de su indiscutible condición de estrellas, están dispuestos de igual manera al sacrificio y al espectáculo. El mayor desembolso del actual campeonato en la compra de siete fichajes ha sido, sin duda, el mejor.

Piezas encajadas

Asombra, en otros aspectos, cómo han encajado las piezas sin chirriar, de qué manera las novedades como Deco, Giuly, Belletti o Larsson -- Etoo está todavía en periodo de aclimatación colectiva-- se han fundido con gente del peso futbolístico de Xavi y Ronaldinho. El Bar§a ha ganado además en presencia defensiva: a falta de extremos estira a su laterales hasta el fondo del campo (Belletti, Gabri, Silvinho y un Van Bronckhorst deslumbrante por la izquierda) y se ha encargado de acoplar a Edmilson por delante de los centrales para resolverles problemas y para realizar la cobertura de quien se aventure por la banda. Tapados los huecos y con la línea más adelantada que en el pasado, la orquesta empieza a sonar de primor a partir del centro del campo. A los rivales les crujen las cervicales viendo viajar la pelota y, mareados, claudican a los pies del ballet.

Deco parece que no está y está siempre. Da la impresión el portugués de cierta fragilidad y es duro como la mandíbula de un estibador. No se detiene en el trabajo, es agresivo y quiere responsabilidades. Su compenetración con Giuly está siendo una de las sociedades más rentables porque el francés ocupa sillón en el club de los más inteligentes. Con sus escasos 164 centímetros de altura, el exdelantero del Mónaco y compañero de Morientes en punta, corre como el diablo, siempre con sentido y un apetito considerable para colarse por el centro y buscar el gol --ya ha logrado dos--.

Con la brújula en las manos de Edmilson, quien simplifica el máximo el juego, Deco y Xavi, Ronaldinho se ve muy beneficiado. El brasileño actúa más libre, sin necesidad de bajar en busca del balón, que le llega cómodo. Esa descarga de protagonismo aventura una crecida de su figura, en cuanto olvide la lesión de tobillo de la que ya se ha recuperado.

A la espera de los zarpazos de un Etoo en periodo de aprendizaje en un equipo en el que ya es el único , el Bar§a funciona como una máquina en perfecta armonía.