Quién dijo que todos los días no son fiesta? ¿Dónde se escuchó que a este equipo le faltaba gol? ¿Por qué desagüe se fugó la seguridad defensiva?... El Real Zaragoza se está haciendo incomprensible, lo que no es malo siempre que gane y lo que será un drama el día que el rival que tome ventaja en La Romareda, que han sido todos en algún instante, la administre con inteligencia. Mientras tanto, la afición está encantada con las victorias, con las remontadas al límite de la histeria, con un paroxismo ligado al espectáculo y, como ayer, limítrofe a la irresponsabilidad por un rosario de infantiles concesiones atrás. Es una sensación de vértigo elástico comparable al que experimenta un practicante de puenting cayendo al vacío, rebotando con la cabeza en el asfalto y regresando indemne y heroico al punto de partida con un boleto de seis aciertos de La Primitiva en una mano y la hipoteca del piso pagada en la otra.

El Levante partió en dos al Real Zaragoza. No había ocurrido antes, al menos con esa nitidez cirujana. Durante toda la primera parte, el equipo de Bernd Schuster, como antes el Getafe y con mayor énfasis el Albacete, hirió a la defensa por velocidad, presión y agresividad. Alvaro y Milito no dejaron de desangrarse frente a Manchev y Sergio García. Los centrales, gotero a cuestas, ofrecieron una imagen enfermiza, con errores de todo tipo al medir el marcaje y los espacios a cubrir y al pasar el balón. Luis García resolvió un par de indecisiones de sus desafortunados compañeros jugándose el físico fuera del área, y a punto estuvo de salir en ambulancia en un encontronazo con el hercúleo Ettien. Otro Luis, Cuartero, se lanzó suicida para evitar el empate a tres y acabó con tres costillas rotas. Fue el único de esa línea que dio la talla a costa de estar dos meses de baja.

En dos ocasiones el Levante se puso al frente del marcador, y lo hizo con elegancia, tratando al Real Zaragoza poco menos que como a un novato. Rivera, aprovechando que Movilla sigue en estado comatoso y ni juega ni persigue al contrario, fue el primero que le faltó al respeto a Milito en una banda, fuera de su lugar natural: el delicado mediocentro burló al argentino, se internó en el área y puso la pelota en la cabeza de Manchev, quien se anticipó para retratar a todos los que miraban.

DESPECHADO El Mariscal, despechado, perdió el norte para toda la tarde. Quiso remediar la humillación con arrojo y acciones que no le corresponden y apareció siempre en medio del mar, braceando sin dirección. El equipo aragonés anduvo en ese primer periodo como el Titanic en sus últimas horas, y ni un dudoso penalti concedido por el árbitro que transformó Villa le sirvió pasa salir a flote. Al borde del descanso, Manchev volvió a anotar en solitario y todas las tuberías estallaron en un presagio de hundimiento inevitable.

Pero el Levante, como los dos anteriores visitantes, se precipitó al redactar el diagnóstico y solicitar la autopsia: pensó que el cuerpo del Real Zaragoza, con la cabeza por un lado y las extremidades por otro, era ya cadáver. Pero este equipo tiene la autonomía de su mecanismo individualizado, como ya dejó patente en la primera jornada con el Getafe. Aquel partido tuvo que resolverlo Alvaro porque la delantera ni se asomó por el balcón. Contra la escuadra del Schuster se invirtieron las responsabilidades y fueron los hombres más adelantados, en feliz racha, los encargados de zurzir el roto al iniciarse la segunda mitad.

A la defensa del Levante, impecable en el primer acto, se le cayó el telón encima y colaboró en la reacción local, si bien fueron más importantes Savio y Javi Moreno, y no menos Villa y el trabajo de Zapater en una zona inhóspita. El ariete valenciano juega fuera de su posición natural, pero para ir de caza los domingos se lleva la metralleta bajo el brazo. Le dejaron solo a unos veinte metros de Mora y en ese instante, antes de lanzarse al esprint, sabía cómo y por dónde iba a fusilar al portero. Y cuando Villa, que luchó la pelota larga por el costado con un cuchillo en los dientes, le dio un magnífico pase para el 4-2, había planeado días antes un remate al primer toque imposible para Mora. Los goleadores de verdad visualizan esas escenas para interpretarlas sin margen para el fallo.

CAPA Y ESPADA Si Javi Moreno resolvió sus cuestiones a balazos, Savio lo hizo con capa y espada. A Pinillos, el lateral que le tocó en suerte, le estrujó las cervicales y los pulmones con el regate corto y la carrera larga. El brasileño lleva tiempo con el cuerpo de samba, y en ese estado de fiesta es imposible frenar su inspiración. Lo puede atestiguar Rivera, que no es precisamente un tuercebotas: en el 3-2, le hizo un sombrero en la frontal del área, se giró como Nureyev cuando se mutaba en cisne y le sacudió a la pelota con la ira de Tyson. La plasticidad de la ejecución hipnotizó a la grada.

No hay tregua sin embargo en estos encuentros, y el Levante se sujetó a un cabezazo de Celestini y a la permanente endeblez defensiva del Zaragoza para llevar la cita a la angustia habitual. Atormentado por el caos y subyugado por él, el equipo de Víctor resistió a duras penas por la gloria de un triunfo en el que su defensa tuvo poco que ver.