La Romareda pareció sufrir ayer una enfermedad, no por previsible más fácil de curar. Se trata de la gelidez aguda, diagnosticada ya antes del choque, y cuya consecuencia más visible consiste en una ausencia casi total de público en las gradas de un estadio de fútbol cuando los termómetros se sitúan por debajo del cero para comenzar a marcar los números negativos. Esta dolencia convierte a quienes consiguen sobrevivir a ella en una especie de héroes locales, o, como calificó Víctor Fernández al término de la cita a los que acudieron al campo, unos 10.000 finalmente, en unos "auténticos valientes".

Los primeros síntomas con que se manifiesta la gelidez aguda son una ausencia casi total de atascos en el centro de la ciudad a la hora de acudir al estadio y una pasmosa facilidad para hallar una plaza de aparcamiento, hecho que en otras circunstancias (partidos de Liga) constituye una auténtica proeza. Una segunda manifestación de la dolencia está en la falta de apreturas a la hora de acceder a la localidad de cada uno, que incluso se puede elegir casi al gusto. El diagnóstico inicial que desde la Federación se temía se cumplió en su peor vertiente, y el frío reinante en la capital de la comunidad, con una helada considerable a la hora del duelo, impidió que el Municipal zaragozano presentara un buen aspecto, esperable a tenor de las cerca de 14.000 entradas distribuidas antes del choque. Solo las gradas laterales acumulaban cierta densidad de población.

El frío y la tele

La Federación aragonesa había preparado la vacuna para evitar la propagación de la enfermedad. Los precios baratos, el hecho de donar la recaudación al fútbol base, los sorteos... Pero a la hora definitiva pesó mucho más el frío y la retransmisión del encuentro por Aragón TV. Incluso mucha gente que tenía su entrada decidió a última hora no acudir al choque. Finalmente fueron unos 10.000 los que estuvieron en el estadio, con una numerosa colonia chilena.

Además, el espectáculo no acompañó demasiado. Los aficionados, para calentarse, se equiparon con gorros, mantas y bufandas. Antes, habían tenido que quitar el hielo de sus asientos para poder acomodarse. La afición aragonesa recibió a los suyos mostrando las banderas cuatribarradas al viento. Quizás en búsqueda de algo de calor humano, los cánticos fueron constantes durante el partido, incluso con un duelo dialéctico entre chilenos y aragoneses que no tardó en diluirse, como el juego, que solo estuvo animado en el primer minuto con el disparo de Cani al poste.

Después, noventa minutos de aguantar el frío como se pueda. Pero Aragón tenía muchas ganas de cantar gol, tantas que la grada celebró a la inglesa un córner en el último minuto. El presagio se materializó con el cabezazo de Suárez, un gol a medias, que no tocó la red. Pero a la afición aragonesa le bastó para desahogarse de dos horas a la intemperie. Después, vuelta rápida al hogar. Sin apreturas ni atascos.