Piensen que la mayor alegría de la vida les llega después de 43 minutos, 12 segundos y 273 centésimas. Se les harían eternos. Pues eso es lo que le ocurrió ayer a Jorge Lorenzo (Aprilia) en el Gran Premio de Malasia. Dijo haberse divertido. ¡Mentira! No le crean. No esta vez. Cuando uno lo tiene en su mano, quiere que la carrera se acabe cuanto antes.

Lo tenía tan fácil, tanto, que enseguida decidió no meterse en líos. Adiós al récord de 11 victorias de Daijiro Kato. Adiós. Basta ya de querer ser siempre gladiator cuando uno puede ser, por un día, el campeón del mundo de los semipesados, del dos y medio. Que arriesguen otros, debió de pensar cuando vio como Mika Kallio (KTM) tiraba a Andrea Dovizioso (Honda). "Si a mí me pasa eso, ya puede empezar a correr, cojo los guantes de Rocky Balboa y lo persigo por todo Malasia".

Poco después de que el húngaro Gabor Talmacsi (Aprilia) le asestase, tal vez, el golpe definitivo al Mundial de 125cc y provocase las primeras lágrimas de su compañero y rival Héctor Faubel con un triunfo que lo convierte en favorito del título pequeño, Lorenzo se metió en un buen lío, pues arrancó rodeado de panteras cuando él, lo que tenía que haber hecho, era sacar su melena de león a pasear. Lucir palmito.

El pelotón que lideraba Dovi estaba formado por gente tan peligrosa como Kallio, Aoyama (que acabaría venciendo), Barberá, Bautista (que rompería), De Angelis (que acabaría cayéndose por quinta vez en tres días), Luthi y Lorenzo, que tenía suficiente con alejarse de ellos, perderlos de vista, dejar pasar el tiempo y cruzar la meta entre los 11 primeros para renovar su título, colocar el cetro n° 31 en el palmarés español, vestirse de Rocky Balboa y duchar de cava a los suyos. Pero no, él quería más. Y lo probó. Hasta que se dio cuenta de que "no era mi día, no iba rápido como el sábado, no era yo, así que me dije: ´Jorge, coge los puntos, anda´". Hacia atrás claro.

STONER Poco antes de que Stoner (Ducati) protagonizase otra exhibición en MotoGP, esta vez llevando pegaditos a Marco Melandri (Honda) y Dani Pedrosa (Honda), Lorenzo decidió colocarse en el balcón de la gloria y ver como algunos de sus herederos se peleaban por la migajas de un Mundial que él ha triturado.

Por si no lo tenía claro, que lo tenía ("me he llevado un par de sustos, he estado a punto de caerme solito y he dicho: ´hasta aquí podíamos llegar´"), dos vueltas antes del final Dani Amatriain, su mánager, el hombre que lo ha llevado en volandas hasta la gloria y lo ha metido en el limbo de Rossi, le sacó una inmensa pizarra donde podía y ¡debía! leerse: L-1 (lap, falta una vuelta), P-5 (puesto 5) OK. ¿Fácil, no?

Lorenzo obedeció, por la cuenta que le traía. Dejó ganar a Aoyama, le dio un baño de plata a su enemigo Barberá y se impuso sobre la misma línea de meta al bueno de Kallio. Y provocó la locura en Mallorca. E inundó de gritos Sepang. Y hasta Pedrosa reconoció que "ganar dos títulos de 250cc es muy grande, muy importante, algo difícil de lograr y que está al alcance de muy pocos".

Y miró al cielo. Y llamó a mamá. Y hasta a papá. Y se vistió de Rocky Balboa, con un batín dorado que doña Rosa Casas, la mamá de su jefe de prensa, y su vecina Carmen cosieron para él. Y se puso los guantes dorados y un cinturón de broma, en el que sobre la bandera holandesa pegaron una española. Y simuló subir los escalones hacia la gloria. Y pensó en la primera entrega de Stallone, la película que ve cuando está bajo de moral. Y juró que nunca más arriesgaría un título por ganar.

¿Qué tiene Jorge Lorenzo de Rocky Balboa? El sacrificio y la fuerza de superarse a sí mismo, aún sabiendo que uno no es mejor que los demás. Ahí lo tienen: Rocky Lorenzo II. La saga no se acaba. Continuará.