"Yo solo sembré la semilla", repite José Albir Arsac, nombre imprescindible en esta historia, pionero de espíritu entusiasta que aún conserva sobrepasados los 80 años. Albir fue el primer presidente de la federación aragonesa, desde 1953 a 1956, el encargado de que el balonmano comenzara a conocerse en Zaragoza, el organizador de la primera competición federada, el padre de una criatura que, medio siglo después, goza de una salud de hierro. "La actual situación es mérito de mis sucesores. El balonmano aragonés ha alcanzado cimas extraordinarias gracias al esfuerzo de muchas personas", destaca Albir, que se sumerge en el relato del nacimiento de la federación como si acabara de suceder.

José Albir era universitario en 1950. "Jugaba a muchos deportes, pero destaqué en fútbol y rugby, más por mi entrega, voluntad y entusiasmo". Fue jefe de deportes del Sindicato Español Universitario (SEU), que era de obligada afiliación, y en 1950 fue seleccionado para asistir a un curso nacional de balonmano en Torrelavega. "Asistió Hans Keitel, olímpico alemán de balonmano a once, que tenía una técnica depuradísima. En el centro donde se hizo el curso había una puerta con un rombo de cristal del mismo tamaño que un balón de balonmano. El cristal se rompió y Keitel se puso a lanzar desde nueve o diez metros, acertando a pasar el balón por el hueco la mayoría de las veces", rememora Albir. El número uno de aquel curso fue para Domingo Bárcenas, figura mítica en el balonmano español. El número dos fue José Albir.

A su regreso a Zaragoza, le ofrecieron presidir la federación aragonesa. "En Zaragoza era un deporte prácticamente desconocido. Los comienzos fueron dificilísimos. No había ingresos ni subvenciones y el dinero de las fichas iba directamente a la federación española. Teníamos dificultades para completar los equipos y tuve que recurrir a amigos míos que me prestaron su filialidad". Albir fue el primer presidente, el secretario, el tesorero y el admistrador y la primera sede fue su propio hogar en la calle Coso. "Una de las primeras cosas que hicimos fue organizar partidos de exhibición de balonmano a once en el campo de Torrero, que amablemente nos cedió el Real Zaragoza", relata Albir con precisión científica, rescatando de su memoria fresca los albores de un deporte que lleva medio siglo creciendo sin parar.

El germen fue universitario, pero fueron los colegios quienes tomaron el testigo para extender la práctica del balonmano. El hermano Juan Arminio, de Maristas, cedió el patio interior del colegio situado en la plaza San Pedro Nolasco y allí pudo celebrarse la primera competición escolar. "Destacaron desde el principio Maristas, Corazonistas y Sierra de Alcubierre", recuerda el primer presidente. "También hay que mencionar la gran labor del doctor Alfonso Mateo, primer seleccionado aragonés, que realizó un trabajo extraordinario de extensión en Corazonistas. Lo cierto es que tanto Coras como Maristas dieron un empuje humano imprescindible a este deporte", añade Albir, entusiasmado al contemplar en lo que se ha convertido hoy el balonmano. "Me consta que la federación está hoy en muy buenas manos", concluye su fundador.