El 2-0 de la ida sonreía al Huesca, pero en el fondo se sabe que este tipo de eliminatorias las carga el diablo. Confiarse en una fase de ascenso a Segunda División es condenarse, y el conjunto oscense, que tuvo sus lagunas sobre todo en la segunda parte y también alguna pequeña duda cuando marcó Nolito y fue expulsado Dorado, no cometió jamás ese error. Acabó deshidratado pero bebió en la fuente del éxito por la excelente y ejemplar respuesta colectiva que ofreció en San Pablo, un campo próximo al infierno ayer. No hubo un solo jugador que administrara los esfuerzos, la constancia en la lucha. Porque lo que se jugó en Écija, con 40 grados de temperatura y una afición incendiada, poco tuvo que ver con el fútbol académico. Se relacionó más con el sistema neurálgico y el poder de controlarlo ante una situación de máxima exigencia física y mental. La pelota pudo haberse quedado en el tejado en el primer despeje, porque cada vez que bajó fue para que la sacudieran sin tregua unos y otros.

Figuraba en el guión que los andaluces iban a acortar el camino hacia la portería de Eduardo. Sus urgencias, ese par de goles en contra, le pedían pisar el acelerador. Lo que hizo, sin embargo, es pisarlo a fondo y se equivocó porque estampó su alocado vehículo frente al ordenado muro y casi siempre impertérrito del Huesca. Zigor, el portero local, se erigió en pasador, en el líder de la remontada, lo que propició un trabajo más sencillo del esperado. Con ese reguero de balones a la olla, los cuatro de atrás con la inestimable colaboración de Paco, que actuó en el lugar del lesionado Sorribas, aceptaron cómodos el intercambio. Los centrocampistas veían pasar la pelota sin cazarla. Así se jugó en el aire, donde más le convenía a la escuadra de Onésimo.

PROTECCIÓN Dorado, Corona y Robert, con Ripa exigido un poco más por su costado, protegieron a Eduardo del asedio descabezado del Écija, que nunca encontraba al bullicioso Luna ni a Pepe Díaz, su referencia arriba. El tostón solo era soportable por lo que había en juego, recordado por unas gradas que echaban chispas y algún que otro objeto a la hierba. No había que encajar un tanto y no se hizo en la primera parte. Arriba, Roberto, ayudado muy de vez en cuando por Edu Roldán, se quedó descolgado, viendo pasar como navajas los codos de los centrales Jano y Mario cuando caían piedras con forma de balón.

El equipo sevillano, obtuso y apresurado, sin hallar fisuras en su enemigo, dejó tres defensas y añadió un atacante. El Huesca, pese a añadir oxígeno a la medular con la entrada de Castán al lado de Rico, se sintió más amenazado, dio un paso atrás y empalideció un instante. Ese pequeño pero perceptible gesto táctico animó a los andaluces, que empezaron a plantarse a sus anchas en el área aragonesa hasta que Nolito marcó a portería vacía.

El infierno renació. Ardía San Pablo y se cocía el termómetro. A Dorado le ganó la espalda Pepe Díaz, le derribo el defensa y recibió la tarjeta roja. A dos minutos del final, con uno menos y Paco de central en un magnífico trabajo de fontanería, el Huesca se rearmó, envió otro pelotazo larguísimo para Roberto y se puso a mirar a ver lo que ocurría. Lo que ocurrió fue una maravilla.

En el tiempo añadido, después de una tarde corriendo sin más premio que alguna coz en la canilla, Roberto cosió la pelota a su pie, mantuvo un duelo ganador en el quiebro con su marcador y soltó un zurdazo imposible para Zigor. Era el empate, era la gloria con un gol glorioso.