En su segundo año de vida, tan joven y tan robusto, en su segundo intento tras quedarse a las puertas de la gloria el curso pasado contra el Córdoba, el ambicioso proyecto del Huesca encontró el premio que buscaba, el ascenso a Segunda División, en Écija. Sufrió, como estaba previsto, hasta el último segundo, hasta que Roberto despejó todos los fantasmas con un gol soberano, de ariete grande. El tanto del delantero se dio la mano con el final del partido y con el principio de una fiesta donde se desplegaron al unísono los corazones felices de los más de 120 aficionados que acudieron hasta el campo de San Pablo y de los miles de simpatizantes que siguieron la hazaña desde la capital altoaragonesa. Se descorcharon el orgullo y la satisfacción de un club, de una ciudad y de unas personas que han trabajado con acelerado pero firme pulso para conseguir estar lo más alto posible. En la cima de las ilusiones ondea hoy la bandera del Huesca.

La sonrisa amable de Armando Borraz, más amplia que nunca por los besos de felicitación recibidos y entregados, iba de un lado al otro del estadio. El presidente con sus jugadores, con la gente en la hierba regada de champán y alguna que otra lágrima, con el alcalde Fernando Elbog y con Óscar Flé... Arropado por Álvaro Burrel. Fue uno de esos momentos para describir desde lo más íntimo de las emociones, posiblemente casi imposible de relatar por el cúmulo de sensaciones que se atropellan queriendo manifestarse desordenadas de alegría.

Eduardo dejó la portería por una vez, sabiéndose ya ganador, y corrió como una bala hacia cientos de brazos que le esperaban en una esquina para recibirle como a un superhéroe volador. Le siguieron todos sus compañeros. Allí estaban amigos y familiares, el más próximo de los lazos, la representación del cariño sincero, el faro ayer de toda una afición guiada hacia el éxito por un equipo, un entrenador --dos con Manolo Villanova y Onésimo-- y una directiva que deberán ser reconocidos no solo por las buenas palabras, sino por el apoyo que le corresponde de todas las instituciones, del Gobierno de Aragón en primer lugar.

RECOGIMIENTO. Antes de que arrancara el partido definitivo, en la sombra de un recogimiento casi místico, José Antonio Martín, Petón, alma mater del proyecto junto a Agustín Lasaosa, el propio Armando Borraz, Pedro Elorriga y Fernando Sarasa entre otras muchas personas que han colaborado con mayor o menor intensidad para hacer realidad este sueño desde hace cuatro años, parecía visualizar el futuro. Ajeno al bullicio de un estadio hostil, de una caldera diabólica, en los prolegómenos de la aparición de los gladiadores azulgranas, Petón estaba ausente. Veía más allá quizás. "Al final, en el vestuario, les he dicho a los jugadores que, por encima de todo, disfruten de este momento. La vida no te ofrece muchos motivos como éste de felicidad". Petón señaló el ascenso como "el sueño cumplido desde que me enfundé por primera vez la camiseta del Huesca".

Roberto tenía los ojos humedecidos, encendidos también. Aún se observaba en su retina depredadora el balón, su balón, yéndose a la escuadra. La hermana de Castán, Sara, vino desde Londres para ver el encuentro, y se fue con el mayor de los regalos... Se lo habían envuelto los futbolistas, como al resto de la hinchada, en el papel del sacrificio, de la fe y de la constancia. Hay motivos para que Aragón se sienta orgulloso del Huesca. Como siempre.