Los Angeles fue un equipo bien preparado y versátil hasta encontrarse con los Celtics en la final de la NBA. Ningún rival que había encontrado con anterioridad puso a prueba su corazón. Se puede perder por 40 y hacerlo mejor. El modo operativo de su última derrota denota ausencia de jugadores de dureza y personalidad. Cuando Phil Jackson ha ganado anillos ha tenido bajo su mando a competidores como Pippen, Rodman, Ron Harper, O´Neal, Horry o Rick Fox. Aún hay tiempo para acompañar a Bryant y a Gasol con jugadores más físicos, más dedicados y experimentados, de los que le imponen la raza y la pasión propia a los contrarios de manera excluyente.

Hace cinco meses no podía aparecer así, tal cual, en los mejores sueños de los más optimistas. Pau Gasol ha jugado 21 partidos de play-off y se ha quedado a dos victorias de un título. Ha enterrado sus 12 derrotas anteriores con 14 nuevas victorias. Juega en los Lakers y su camiseta ocupa un puesto entre las 15 más vendidas en el NBA Store de la Quinta Avenida de Nueva York. Del sótano al campanario de un salto. La última vez que los Lakers perdieron una final contra los Celtics, Magic Johnson era el segundo mejor jugador del equipo y James Worthy aún no ocupaba el papel del que hoy disfruta Pau en el conjunto californiano. Todo esto no puede saber a poco.

Quizás no había que haber retrasado lo inevitable hasta un sexto partido. La diferencia entre los Boston Celtics y Los Ángeles Lakers en la final de la NBA ha sido mayor de la que ofrece el marcador de 4-2. Por baloncesto. Por talento, profundidad de banquillo, táctica y estrategia. Por preparación, intensidad y deseo. Boston celebró el éxito como si efectivamente llevara 22 años esperando ese momento de gloria. Por todo lo alto. Ganó el partido decisivo con estruendo e imprudencia, sin ningún tipo de recato. Con emoción exaltada, sin mesura, con lágrimas agresivas y poco respeto hacia un rival intimidado. Querían levantar la copa reventando al equipo que se pusiera por delante. Son mejores y lo demostraron.