Le faltan dos victorias para ser campeón de Europa, pero el primer título que buscaba ya lo tiene. Ya es el gran traidor de Holanda y con mayúsculas. Guus Hiddink, que expulsó a su país del torneo, dio la gran sorpresa al meter a Rusia por primera vez en las semifinales. Hiddink traicionó a su país de nacimiento, no al que le sustenta; traicionó su corazón, pero no su cabeza, diseñando una extraordinaria estrategia para desarmar a Holanda, que llegó exprimida a la prórroga. Van der Sar, en su precipitada despedida, fue el mejor de los naranjas.

El holandés errante podrá volver a casa. Ningún compatriota le reprochará nada. Al contrario, le felicitarán por la calle cuando le vean por el excelente planteamiento que realizó. Rusia cuajó un espléndido encuentro, sin pasar apuros en defensa más allá de algunas faltas, y creando infinidad de ocasiones de gol. El viejo lobo ganó claramente la partida a Van Basten, que se pasó el partido de pie sin encontrar antídoto alguno para deshacer el entramado ruso.

Con Holanda desapareció el último cuartofinalista que quedaba en pie de hace cuatro años, en una prueba de lo rápido que quema el fútbol de élite. Se fue por la puerta de atrás, humillada y empapada por el sudor y por el baño antológico, durante 120 tortuosos minutos, que le propinó Rusia. Alcanzó la prórroga de chiripa, gracias a un milagroso gol de Van Nistelrooy, pero luego sucumbió con la contundencia que se merecía mucho antes.

Jugar frente a un equipo tan parecido, parido con la misma idea y el mismo estilo incomodó a Holanda. Ante el espejo, se desorientó: el rival movía el balón con más destreza, era más aplicado en el despliegue y en el repliegue y no mostró ningún tipo de timidez. Rusia lleva un indeleble sello holandés, grabado por Hiddink, que conocía tanto a sus hombres como a los de Van Basten.

El reparto de la posesión anduvo muy igualado, y sin balón Holanda quedó desnaturalizada. Obligada a correr detrás de él, no se asemejó a la que vapuleó a Italia y Francia. No tuvo el balón porque Rusia --mejor dicho, Hiddink-- se lo quitó. En cuanto lo recuperaba, apenas le duraba por la enorme presión que ordenó sobre Van der Vaart y Sneijder. Rusia solo cedió metros a Boulahrouz y a Engelaard, los dos menos dotados. En breves pero intensas oleadas, disparando a la mínima, atacando con los laterales Hiddink dio otra lección táctica. Solo tuvo que temer porque se cumpliera el dicho de que si el pequeño perdona, sucumbe. No sucedió.