Simpático y elegante. Esas fueron las primeras virtudes que se atribuyeron a Joachim Löw cuando se supo que sería el nuevo seleccionador alemán sustituyendo a Jürgen Klinsmann. Hasta entonces, hace ya dos años, era un desconocido para la opinión publica. Esos elogios encerraban, sin embargo, un poso de ironía, como si fueran las únicas virtudes destacables del hasta entonces ayudante de Klinsmann. En verdad, esos conceptos no dicen nada de la calidad de un entrenador. No sirve de nada tener un físico atractivo y una actitud abierta y agradable para ganar partidos.

No le servirán de nada a Löw (Schonau, 3 de febrero de 1960) para superar hoy a Luis Aragonés. La batalla de la fotogenia la tiene ganada antes de empezar el duelo de Viena. Delgado, vestido siempre con un pantalón de traje oscuro y una camisa blanca con las mangas arremangadas hasta el antebrazo, tal que fuera su uniforme fetiche --igual que vestía Klinsmann e igual que viste su ayudante, Hans Dieter Flick--, su imagen es el polo opuesto al chándal y la faz tosca de Luis Aragonés mirando el césped por encima de las gafas.

Klinsmann fue el principal valedor de Löw, cuya trayectoria no le acreditaba para hacerse cargo de una potencia internacional, de selección tricampeona de Europa y del mundo. "Más que un asistente, era un socio con el que compartía las decisiones", afirmó el exjugador, como si el secreto de haber alcanzado el tercer puesto del último Mundial residiera en su ayudante.

"En el 2004 empezamos un trabajo con un nuevo enfoque, buscando otro rumbo, y Klinsmann ha contribuido a que estemos aquí", respondió ayer Löw, que fue un discreto futbolista con apenas 57 partidos jugados en la Bundesliga y 181 en Segunda División.

Su carrera técnica en el Stuttgart y Karlsruher, que discurrió también con escalas en Suiza (Winterthur), Austria (Tirol Innsbruck, Austria Viena) y Turquía (Fenerbahçe, el club al que irá Aragonés cuando acabe la Eurocopa, y Adanaspor) tampoco era suficiente aval para exigente hinchada germana y el no menos exigente pasado de la selección. Una Copa con el Stuttgart (1997) y una Liga austriaca con el Tirol (2002) llenan la página de sus éxitos. Apenas dos líneas en un folio.

Alegría enorme

Demasiado espacio en blanco para hacerse cargo de la Mannschaft. Una ridiculez al lado del historial de Klinsmann, Rudi Völler y todas las viejas glorias (Beckenbauer, Netzer, Matthäus) que fiscalizan desde diarios y televisiones su labor. Tras una fase clasificatoria impecable --fue el primer equipo de Europa en adquirir el pasaporte-- ha brindado a Alemania la posibilidad de conquistar un título 12 años después del último. "La alegría por el éxito sería enorme", dijo ayer, recordando la decepción del último Mundial. Y, seguramente, nunca había estado en esta tesitura, en un momento tan crucial. "Es una experiencia extraordinaria", opinó el técnico, sentado ante cientos de informadores en la sala de prensa del estadio de Viena.

Con un prudente silencio esperan todos al partido de hoy. Löw, o Jogi, como le llaman para acentuar su aire juvenil, no es como ellos. Ni fue internacional ni fue una estrella ni sus métodos de preparación y entrena-miento, científicos y analíticos, ni su filosofía cuadran con las suyas. Con inquietudes que van más allá del fútbol, detallista y refractario a broncas y numeritos, aunque fue expulsado ante Austria, ha rebatido la fama de ser un entrenador blando. Löw no solo ha sobrevivido. Pase lo que pase hoy, seguirá hasta el Mundial-2010.