El sistema de Marcelino puede conducir al Real Zaragoza a Primera División, pero todo apunta a que lo hará, si lo logra, por carreteras secundarias, confiando en la inspiración casi exclusiva de sus dos delanteros de cámara y en que los aspirantes al asceno se depeñen por algún bache o se vayan quedando por la cuneta sin combustible. Por méritos colectivos no será pese a que el entrenador trabaja con verdadera devoción para que todos aporten algo para empujar a los fórmulas uno brasileños.

Lo que definió en su día el preparador como "fútbol moderno" consiste en simplicar con lo que tiene. Ni más ni menos. Presión corporativa, robo y pelotazo arriba para llegar cuanto antes al área. Lo que en principio era un plan razonable en relación a la baja cualificación de la plantilla para tiranizar los partidos, como debería corresponder a un grupo de bombo y platillo presupuestario, a un capital humano de Primera, está empezano a generar muchas dudas. ¿Todos a una para Oliveira y Ewerthon? Sí, pero no.

Los puntas no se complementan al cien por cien porque pese a su clara diferencia técnica, mucho más alta la de Oli, pertenecen a una tipología de jugador similar: son finalizadores, desestabilizan desde el fútbol frontal, sufren de espaldas, se alimentan de una velocidad sobrenatural y no se localizan entre ellos en el radar de los terminadores egoístas. Uno de los principales problemas por los que no encajan como deberían es que su coexistencia en el equipo obliga a una duplicidad de protagonismo que induce a su propia confusión y a la de sus compañeros. Hay muchas ocasiones en las que el pasador ha de elegir ante dos desmarques en la misma dirección, y mientras toma la decisión, el asistente se siente víctirma de la ansiedad, de la precipitación y, finalmente, cae en el error de cálculo. El centro del campo no es un lujo, pero está asumiendo una vulgarización excesiva .

Sin segunda fila

La urgencia arrastra consigo la tardía suma de la segunda fila en el caso de que uno se desembarace de su marcador. Caffa ha hecho tres goles, dos Arizmendi y Gabi, y uno Jorge López. Esta aportación testimonial no es nada saludable porque los rivales, aún en la dificultad de perseguir y anular a dos futbolistas de órdago para la categoría, fijan sus objetivos en Oliveira y Ewerthon y se despreocupan de otras variantes ofensivas que no existen o que se limitan a puntuales retales estratégicos a balón parado: corners y esas cosas nunca menores...

En Vigo se comprobó en todo su esplendor y horror. La imprecisión de los jugadores alcanzó cotas muy mediocres por ese servicio obsesivo y mecánico a la dupla suramericana. Es como si las ideas o el control se sancionaran, como si todo hubiera que reducirlo a la mínima expresión. Y en verdad que se redujo en Balaídos. La convivencia de los brasileños resulta complicada y además el equipo necesita un lanzador o cómplice cercano al área para el descubrimiento de espacios o la pared sorpresiva.

En el Real Zaragoza, ese papel solo puede asumirlo Jorge López, pero no como medocentro, donde se asfixia, sino de enganche, situación que obligaría a un reajuste muy improbable en la mente de Marcelino: un rombo con Gabi y Zapater por detras de López, Arizmendi a la derecha, Caffa a la izquierda y Ewerthon u Oliveira (cuyo crédito está limitado hasta este sábado tras seis jornadas sin marcar) arriba. A priori los costados quedarían más descubiertos en defensa, pero es probable que con una única y liberadora referencia en punta se manejaran los encuentros con más fluidez de ideas,

El Real Zaragoza de Marcelino tiene dos bólidos, pero circulan sin dirección asistida, y esa rigidez se traslada a un equipo cegado por una púrpura ofensiva no tan deslumbrante en la práctica.