Hace cuatro años llegó a los Juegos de Turín como el rey del mundo y se fue como el primero de los fracasados. Aparcó su enorme ´motorhome´ al margen del equipo estadounidense, se le vio incluso por algún local nocturno del Piamonte y, en definitiva, Bode Miller cayó en el hoyo víctima de su propia soberbia. Lo mejor del caso es que este esquiador que ahora ya tiene 32 años aprendió la lección y, más maduro, con una hija, Dacey, que acaba de cumplir dos años y sin tantos pájaros ni adulaciones en la cabeza, se erigió ayer en el rey de los Juegos de Vancouver al conseguir su tercera medalla en esquí alpino (ya había ganado dos en el 2002) y su primer título olímpico. Un oro tardío pero que redondea la sensacional trayectoria del antaño incontrolable esquiador, poseedor también de dos Copas del Mundo y cinco medallas en Campeonatos del Mundo.

Es de esperar que el oro que ayer se colgó en la supercombinada (la suma de un descenso y una manga de eslalon) no corra la misma suerte que alguna de sus otras medallas. Una vez perdió una en el inodoro de su casa (la utilizaba para sostener la tapa) y en otra ocasión se le escurrió otra por un bolsillo mal cosido del pantalón. ñNo puedo pedir nada másO, se emocionó ayer Miller, valorando el oro que consiguió.