El asturiano Carlos Barredo alimentó ayer esa enorme lista de decepciones e injusticias deportivas que cohabitan con el ciclismo. Este deporte, cruel como pocos, que es capaz de devorar a sus hijos con la misma energía que aplicaba Saturno con sus vástagos, engulló ayer a Barredo a cuatro pedaladas de la meta de Pau, después de haber ejecutado una sensacional exhibición, merecedora de mayor recompensa. Moreau, en esfuerzo supremo, encarnó al dios griego para beneficio de un tercero, Fedrigo, que poco o nada tuvo que ver con esa historia. Barredo no será el último de esta injusta lista de decepciones que con milimétrica precisión suele diseñar el pelotón.

Pero la etapa también tuvo un significado especial para el heptacampeón Lance Armstrong quien, disueltas su aspiraciones de podio, en un ejercicio de nobleza pretendió reivindicar su clase en un canto de cisne que finalmente no pudo interpretar, pues todos sabemos que ya jamas tomará dorsal en el Tour. Lo intentó desde el Peyresourde y más tarde en el Soulor, pero las fuerzas del americano, que en septiembre cumplirá los 39, no son las que acumulaba bajo el maillot del Discovery. Quería hacer algo sonado en la etapa mítica del Tourmalet pero su famoso molinillo ya no muele y su umbral anaeróbico ha bajado algunos peldaños. ¿Y los líderes? ¿Cómo calmaron la resaca de los sucesos del Col de Bale? Tras un inicio de carrera de locura, Contador y Schleck se dedicaron a velar armas de cara a la etapa del jueves en la que el Tourmalet hace una donación generosa de su cumbre para instalar la meta. A falta de la contrarreloj final, esa llegada debe marcar con una cruz al ganador de esta edición. Schleck y Contador renunciaron ayer a rematar una etapa lanzada hacia el todo es posible, lo cual pesará a uno de ellos cuando esta edición baje la persiana en París.