Los tiempos que marcaron ayer Schleck y Contador han alimentado la controversia y han disparado las especulaciones en torno a la nueva moda de esperar a los malparados que tanto se han prodigado en esta edición. ¡Qué diría de tanta galantería Eugene Christophe que en 1913 tuvo que bajar a pie medio Tourmalet para arreglar la horquilla de su bici en el herrero de Campan, mientras Philippe Thys le ganaba una edición que tenía en el bolsillo!

No considero desvirtuada la clasificación que ahora impera en el Tour, pero puedo entender al apasionado Federico Martín Bahamontes cuando dice que la ascensión al Tourmalet fue un fraude deportivo. Más que fraude pienso que fue una actuación antinatural de Contador debido al equivocado complejo dé culpa que le frenaba. Carlos Sastre, que ha salido de esta edición malparado y cabizbajo, se ha despachado a gusto diciendo que este es un Tour de niñatos. Unos y otros tienen razones para justificar sus actuaciones o sus palabras pero... ¿Cómo estaría ahora la general si Contador espera en el Col de Balè? ¿Y si no hubieran parado en el pavés? ¿Alguien se habría arrepentido del hermanamiento que imperó en el Tourmalet? Son preguntas que ya no interesan pero han estado muy cerca de dominar el contexto de este final de Tour.

Creo que este mal entendido fair play de esperar al rival, tras considerar el desastre que pudiera haber generado este año, quedará desterrado en el futuro del Tour. Ganar es el objetivo, y si esa victoria se materializa respetando el reglamento no hay objeción que valga. Los primeros 20 kilómetros de la contrarreloj de ayer, cuando Schleck sacó su fusil, sin duda sirvieron para que Contador y su entorno reescribieran parte de esta película y seguramente para que Bahamontes se reafirmase en lo dicho. Menos mal que todo acabó con un final feliz.