Se preguntaba ayer Gay por qué el Zaragoza sacaba el espíritu y el orgullo solo en situaciones tan desesperadas. Se diría que espera a estar al borde de la muerte para mostrar vida. Los aficionados optimistas verán en esa reacción un hilo de esperanza, un motivo para creer que el equipo tiene algo de sentimiento, que se despierta cuando se le zarandea, pero aun siendo generosos y aceptando esa visión, es una dinámica a cambiar. Este Zaragoza, tan limitado, tan escaso de calidad, tan pobre de recursos, debe mostrar ese carácter desde el inicio hasta el final de cada choque. Ni eso le garantiza ganar, pero reaccionar tarde y a la desesperada es una invitación a no hacerlo nunca. Como así sucede.

La otra explicación, mucho más pesimista, es que el Zaragoza solo se pone al nivel del rival cuando éste baja las prestaciones fruto de un marcador muy a su favor. El caso es que los seis goles que lleva el equipo aragonés los ha logrado en situaciones muy adversas. Le marcó tres al Málaga cuando los costasoleños habían firmado una manita histórica en solo 34 minutos, le empató en inferioridad al Sporting después de que La Romareda pitara con razón a un equipo que caía con justicia por 0-2 y ayer, también con diez sobre el césped, Braulio maquilló el marcador en una segunda parte más intensa después de tirar en la primera el partido. Y en el Calderón ante el Atlético no anotó, pero también tras el descanso intentó llegar más que en una miserable mitad inicial.

El error es, en todo caso, considerar esas reacciones como una virtud. No lo son. A un equipo se le examina globalmente, desde el minuto uno. En ese examen este Zaragoza guadianesco no da la talla. No le llega para seguir en Primera. Si tiene suerte, salva un punto, como ante el Sporting. Lo normal es que pierda. Y que se refugie después en que al menos está vivo. Pero así se muere...