La derrota en San Mamés no fue una más en muchos sentidos. No solo aumentó el negro panorama que asola al equipo, sino que constató que al vestuario, o al menos a una parte importante de él, no le llega el mensaje de Gay, que ha perdido la confianza en el entrenador. En la práctica, ese paso es decisivo para cualquier destitución, y tuvo una constatación real con el diálogo que mantuvieron una representación de la plantilla –cinco jugadores con bastante peso en el grupo, concretamente– con el director deportivo, Antonio Prieto, nada más finalizar el partido en Bilbao para transmitirle sus sensaciones con respecto al trabajo que está realizando el técnico madrileño.

No sería ajustado a la realidad hablar de que el vestuario está en contra de Gay o que es partidario de su destitución, porque no hay elementos nocivos en ese grupo, no existen jugadores con ánimo solo de desestabilizar, pero sí es cierto que el lenguaje que hablan el técnico y una parte del grupo no es el mismo. No hay ya una sintonía –nunca la hubo de forma total, pero ahora menos– o una proximidad en el mensaje, teniendo en cuenta que a Gay le ha tocado en suerte una plantilla en la que hay 14 jugadores extranjeros y once nacionalidades distintas, lo que dificulta tremendamente dar un mensaje que llegue a todos por igual. En todo caso, el que logra transmitir el preparador madrileño no cala en el grupo y ni siquiera la buena labor de Nayim como vínculo está fortaleciendo esa relación con el grupo, que se debilita con el paso de las jornadas y más cuando los resultados no llegan. En el fútbol las derrotas introducen desconfianza y dudas siempre y el técnico no ha logrado disiparlas del interior del vestuario.

En esa charla de esa representación de la plantilla con Prieto no se pidió, lógicamente, la destitución de Gay, pero sí se transmitieron las dudas que hay en el grupo, las inquietudes con respecto al método de trabajo... En todo caso, desde la Dirección Deportiva se le trasladó que el club de momento mantenía la confianza en el entrenador –los dos partidos de Liga próximos, ante Barcelona y Valencia se antojan vitales en ese sentido– y que lo que se detectaba era un problema en la llegada de los mensajes al grupo. Una cuestión de comunicación, vamos.

Sin embargo, hay más que eso. Agapito –el principal culpable de la situación agónica de este club–, Prieto y Herrera saben que en Gay no tienen a un motivador, a una persona capaz de activar los resortes anímicos de un grupo. Ahí, la ayuda de Nayim se reveló fundamental en el curso pasado, pero también la capacidad de un vestuario que reaccionó por sí mismo al final de la primera vuelta y que aún lo hace a impulsos en algunos partidos de este curso –Málaga, Sporting, Atlético y Athletic, con el marcador en contra–. Son reacciones, en todo caso, baldías y a la desesperada, aunque no desde luego fruto de que el mensaje del entrenador esté calando en el grupo.

Además, se nota la ausencia de un líder natural, de un jugador con peso específico entre sus compañeros, que sea la correa transmisora. No lo hay, lo que hace que sea más grave esa ausencia de capacidad motivadora por parte del entrenador, que sí tiene otras virtudes: sentido común, diálogo y capacidad de trabajo. Sin embargo, en momentos tan delicados, el ánimo fuerte, la capacidad para transmitir, para llegar, para estimular a un futbolista apelando a sus sentimientos, a sus sensaciones, es vital.

La semana pasada, Gay realizó charlas grupales o puso vídeos con ejemplos de superación deportiva y otras veces ha recurrido a diapositivas y trabajos con power point para hablarles de liderazgo y de capacidad de asumir responsabilidades. Pero el equipo que salió en San Mamés reflejó una terrible falta de intensidad y actitud. Es obvio que la mayor parte de culpa es de los jugadores, que son los que saltan al césped, pero no lo es menos que esa pobreza futbolística y de garra en un partido donde el Zaragoza salía como colista de la Liga tras el empate del Deportivo frente a Osasuna e iba a jugar en un escenario grande y ante un rival muy motivado revela también que el método de Gay ya no funciona.

El técnico ha aceptado muchas premisas que le han llegado desde el club apelando a su sentido de la responsabilidad, pero eso también ha debilitado su imagen en el vestuario. Y tampoco han ayudado algunas cosas. Dos ejemplos: el relevo de Jorge López con el 0-5 ante el Málaga o asegurar tras el choque en el Calderón que al equipo le faltaba talento. Y que haya jugadores en línea permanente con Agapito Iglesias, lo que también es culpa del propio presidente por consentirlo, perjudica la voz de mando que pudiera tener el entrenador dentro de ese grupo. Gay además debería haber activado más veces la tecla de intentar herir el orgullo de sus futbolistas tras las numerosas decepciones vividas, algo que no ha hecho.

El ambiente en el viaje de regreso a Bilbao en el autobús no era el mejor. Ni mucho menos. El pesimismo se ha instalado en el grupo y, por si fuera poco, también la desconfianza en el trabajo del entrenador.