Es curioso, pero lo que más preocupaba a Cesc Fàbregas ayer al salir al Camp Nou era que, al darle el balón para hacer los tradicionales toquecitos, no se le cayera a la primera por los nervios. Sus temores eran infundados ya que el centrocampista catalán, de 24 años, hizo malabarismos con la pelota sin error alguno para alegría de las 30.000 personas que fueron al estadio, a pesar del sol de justicia que caía al mediodía, para dar la bievenida a un jugador que ve cumplido su gran sueño: volver a casa y lucir el cuatro en la camiseta, su número. Mejor, imposible.

El jugador, acompañado por toda su familia, aseguró que se enfrenta "al mayor reto" de su carrera deportiva. Y lo hace asumiendo las dificultades que encontrará por su polémica salida hace ocho años. "Sé que habrá gente que nunca me perdonará que me marchara del club, pero forma parte del reto. He pensado muchas veces, durante muchas horas, cómo sería mi regreso. Sé que he escogido el camino más difícil, pero si logro los objetivos que me he marcado, será lo que más feliz me haga", comento el nuevo fichaje del Barcelona.

MADUREZ ADQUIRIDA Las dificultades no solo podrán estar en la exigente grada del Camp Nou, también las habrá en el campo. Pero ahora Cesc ya no es aquel chaval impetuoso que se marchó a Londres porque el Arsenal, y Wenger, le prometían lo que el Barça no podía asegurarle en ese momento. Ahora Cesc se siente maduro y preparado para jugar "en el mejor equipo de la historia", incluso para ser suplente.

Cesc admitió haber pasado muchos nervios en los últimos tres días en su casa de Londres, cuando ya solo faltaba su firma en el contrato para poner fin a años de rumores de verano. "Solo esperaba recibir una llamada para poder coger el avión hacia Barcelona, pero el Arsenal tenía que darme el permiso", explicó el jugador, que era consciente de que, después de tantos años de ser el protagonista del culebrón, quizá "era el último año en que el tren del Barça" pasaba por su vida, y que debía aprovechar una oportunidad que posiblemente no se repetiría más.

La misma convicción que aquel año le llevó a prolongar su vida en Londres, ahora le ha llevado hasta el Camp Nou. ¿El motivo? El sueño de jugar en el Barça y, también, formar parte de un equipo que siempre se quedaba en el camino de los títulos. "Era la rutina de cada año. No había energía para llegar a los esprints finales", admitió Cesc, triste por "no haber podido levantar ningún título como capitán" de los gunners. Un club que siempre llevará en el corazón. ñMuchas gracias por estos ocho años de apoyo incondicional. Siempre os llevaré en mi corazón", escribió ayer en su Twitter.

UN SEGUNDO PADRE A Wenger también le llevará en el alma. "Para mí es como un segundo padre. Me lo ha dado todo en el mundo del fútbol y nunca tendré suficientes palabras para agradecerle todo lo que ha hecho por mí". Por eso lloró emocionado el viernes cuando se despidió del técnico.

"Regresa uno de los nuestros", dijo Bartomeu. Es el nuevo cuatro del Barça que cierra su círculo personal. Ocho años después, vuelve al Camp Nou. Un sueño cumplido para él.